La repisa de mi
chimenea
Reconozco que no sé
encender la chimenea, no se me da bien, me da pereza encenderla con lo cual
prefiero encender la calefacción y ya está, aunque reconozco que como el
crepitar de la leña y su olor no hay nada, siempre me quedaba embobado mirando
el fuego, como tonto, el fuego tiene algo mágico, hipnótico, de lo que es
difícil salir, su contemplación se alarga y se alarga indefinida como una
aventura sin final.
La chimenea la
construyó un estufero rumano, según me dijeron su familia construye chimeneas
desde hace miles de años, el caso es que la chimenea va muy bien, tiene buen
tiro como suele decirse, pero no quería hablar de la chimenea sino de su repisa
y de lo que en ella hay.
Flores secas, un par
de crisantemos color rosa, un candelabro, Gautama Buda, piedras y conchas de la
playa de Denia, pétalos de flores de buganvilla, un espejo con un marco de enea
trenzada, un reloj parado en las tres y cuarto siempre.
Es un momento concreto
de la repisa de la chimenea, fugaz, ahora no todo sigue allí de la misma
manera, los dos crisantemos se marchitaron, los pétalos de flores de buganvilla
los cambié de lugar, hubo que pintar la gotera del techo que se ve reflejada en
el espejo y la repisa quedó vacía de objetos por un tiempo, luego regresaron,
los coloqué más o menos en el mismo lugar, me gusta la composición que forman,
tienen algo de pictórico, de bodegón, y así me gusta mantenerlos. A ver si este
invierno logro vencer mi pereza y enciendo la chimenea y logro que no se
apague.
El paseante
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