Cuando Marilyn Monroe leía a Lorca y Alberti
La mítica actriz tenía un gusto exquisito por la literatura. En su biblioteca, catalogada por Christie's, hay más de 400 volúmenes de primer nivel
¿En qué se parecía Marilyn Monroe a Norma Jean? Es una pregunta que siempre
girará alrededor del mito. ¿Qué tenía dentro de la cabeza la cara más conocida
de su tiempo? Entre otras cosas, muchos libros, a la vista del inventario que
hizo la casa de subastas Christie’s de su biblioteca personal, en la que hay más de 400
volúmenes de primer nivel. Parece que la mujer más deseada de todos los tiempos
siempre tuvo un gusto exquisito para la literatura y que lo afiló más aún tras
su matrimonio con el dramaturgo Arthur Miller. Hay fotos muy conocidas de la
actriz, tomadas en los descansos de sus rodajes, en alguna biblioteca o incluso
en su propio apartamento, en las que se la ve con obras como el Ulises de James Joyce o la poesía de Walt Whitman en
las manos, los ojos clavados en sus páginas y un gesto de concentración a prueba
de intrusos. También otra en la que hojea un catálogo de Francisco de Goya. Sin
embargo, ésa no es la única prueba de su interés por la cultura de España,
porque ahora que se ha hecho público el catálogo de sus tesoros hemos
descubierto dos libros de poesía que nos atañen, los que aparecen señalados con
los números 264 y 268 y que son, respectivamente, una antología de poemas de
Rafael Alberti y Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca.
Conociendo a Alberti, me puedo imaginar sin hacer ningún esfuerzo que de haberlo
sabido, pocas cosas le habrían hecho tanta ilusión en su vida.
La colección privada de libros de Marilyn Monroe es apta para los paladares más exigentes y nos deja claro, para empezar, que era mucho más inteligente que los que hicieron la lista, en la que incluyen a Alberti y Lorca entre los “autores latinoamericanos” y El principito, de Antoine de Saint-Exupéry –precisamente el primer regalo que ella le hizo a Joe Dimaggio–, en la sección de psicología. Sus tesoros bibliográficos van de clásicos como Aristóteles o Platón hasta Oscar Wilde y En el camino, de Jack Kerouac; de los maestros rusos, Dostoievski, Tolstói, Chéjov y Pushkin, y los franceses, Proust, Zola, Albert Camus, Alejandro Dumas, Stendhal y Colette, a Muerte en Venecia, de Thomas Mann, a La última tentación de Cristo, de Nikos Kazantzakis; y pasa por Edgar Allan Poe, John Steinbeck; por los versos de William Blake, Rainer Maria Rilke o D. H. Lawrence, y por el teatro de O’Neill, Tennessee Williams, Bernard Shaw y Molière, aunque en este género brilla por su ausencia, de forma extraña, el propio Arthur Miller. Por supuesto, no faltan los novelistas contemporáneos de la intérprete, Sherwood Anderson, Scott Fitzgerald, Hemingway, William Faulkner, Thomas Wolfe, Dorothy Parker y Carson McCullers, a quien conoció junto con Isak Dinesen.
La aparición de Lorca y Alberti no hace más que agrandar la idea de que a Marilyn le interesaba España. Ceferino Carrión, el hostelero de Santander que era amigo suyo y dueño del restaurante La Scala, donde comía la estrella a diario, es conocido por ser quien le llevó a su casa la cena el 4 de agosto de 1962, la noche en que murió. En una conversación de hace un par de años con el periodista Sebastián Moreno, aparte de contar cómo le había presentado a Brigitte Bardot, con la que Marilyn al parecer fue encantadora, recordaba que la protagonista de La tentación vive arriba “leía mucho, hablaba a menudo de poetas españoles o de sus pintores favoritos, que eran Velázquez, Goya y Picasso”.
Si la frase “dime qué has leído y te diré quién eres” tiene algo de cierto, después de asomarnos a su biblioteca, tal vez sepamos algo más de Marylin, ese mito al que a veces uno tiene la sensación de conocer un poco menos con cada biografía suya que devora.
La colección privada de libros de Marilyn Monroe es apta para los paladares más exigentes y nos deja claro, para empezar, que era mucho más inteligente que los que hicieron la lista, en la que incluyen a Alberti y Lorca entre los “autores latinoamericanos” y El principito, de Antoine de Saint-Exupéry –precisamente el primer regalo que ella le hizo a Joe Dimaggio–, en la sección de psicología. Sus tesoros bibliográficos van de clásicos como Aristóteles o Platón hasta Oscar Wilde y En el camino, de Jack Kerouac; de los maestros rusos, Dostoievski, Tolstói, Chéjov y Pushkin, y los franceses, Proust, Zola, Albert Camus, Alejandro Dumas, Stendhal y Colette, a Muerte en Venecia, de Thomas Mann, a La última tentación de Cristo, de Nikos Kazantzakis; y pasa por Edgar Allan Poe, John Steinbeck; por los versos de William Blake, Rainer Maria Rilke o D. H. Lawrence, y por el teatro de O’Neill, Tennessee Williams, Bernard Shaw y Molière, aunque en este género brilla por su ausencia, de forma extraña, el propio Arthur Miller. Por supuesto, no faltan los novelistas contemporáneos de la intérprete, Sherwood Anderson, Scott Fitzgerald, Hemingway, William Faulkner, Thomas Wolfe, Dorothy Parker y Carson McCullers, a quien conoció junto con Isak Dinesen.
La aparición de Lorca y Alberti no hace más que agrandar la idea de que a Marilyn le interesaba España. Ceferino Carrión, el hostelero de Santander que era amigo suyo y dueño del restaurante La Scala, donde comía la estrella a diario, es conocido por ser quien le llevó a su casa la cena el 4 de agosto de 1962, la noche en que murió. En una conversación de hace un par de años con el periodista Sebastián Moreno, aparte de contar cómo le había presentado a Brigitte Bardot, con la que Marilyn al parecer fue encantadora, recordaba que la protagonista de La tentación vive arriba “leía mucho, hablaba a menudo de poetas españoles o de sus pintores favoritos, que eran Velázquez, Goya y Picasso”.
Si la frase “dime qué has leído y te diré quién eres” tiene algo de cierto, después de asomarnos a su biblioteca, tal vez sepamos algo más de Marylin, ese mito al que a veces uno tiene la sensación de conocer un poco menos con cada biografía suya que devora.
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