Trabajar en un edificio tan singular resulta ser una experiencia curiosa, sugerente, algo novelesca, uno imagina historias que tuvieron lugar entre estos muros, se siente como en el escenario de una novela de Dickens, de Galdós, de Baroja tal vez.
Cada detalle, perspectiva, efecto de la luz, cada rincón, escalera, tragaluz, vidriera, azulejo, bóveda, arco, pasadizo, cada rosa del jardín, cada árbol, los muros de piedra, los torreones, las balconadas, los ascensores de cristal, las escaleras de caracol, los inmensos techos, todo invita al vuelo de la imaginación.
Uno despega de la realidad metiéndose dentro de un edificio como éste, de repente piensa si lo que hay fuera no será sino una ficción, una imaginación, algo realmente inexistente, dentro del edificio está el alma universal de la vida, la esencia que no cambia, y eso tranquiliza, es como un bálsamo de quietud que fluye en el agua que lentamente se desborda sobre la pila de la fuente, enviando sus destellos de luz azul a todo el edificio por entre sus acristalados corredores, haciendo que brille como si de un sueño se tratara, de una alucinación diurna, uno se queda en blanco aquí dentro, príncipe de un mundo ya desaparecido.
Rey de un reino que se hundió definitivamente.
el paseante
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