Me está mirando a mí, a su amo.
¿Su amo?
Pero quién pertenece a quién me pregunto, el perro al amo, o el amo al perro.
¿Quién manda y decide?
El amo, el perro, los dos...
No es cuestión de mandar y decidir, es cuestión de comprenderse.
Simbiosis perfecta entre el hombre y el perro, el hombre se hace mejor a través del trato con el animal, con su nobleza.
El trato con los animales nos hace enfrentarnos a la verdad de los sentimientos desnudos, sin disimulos, aditamentos, subterfugios.
El perro no finge, se muestra tal cual es en cada momento, siente miedo, cariño, ira, pasión, debilidad, fortaleza, duerme, come, sueña, bebe, pasea, corre, ladra, mira, observa, actúa...
El perro es, como animal que es, un ser auténtico, y el hombre va perdiendo su autenticidad según se va haciendo mayor, el aprendizaje es una especie de desautenticación, el hombre se va programando a través del aprendizaje para vivir en sociedad y se va separando de su verdadera naturaleza, de los sentimientos primigenios, puros, de la verdad, de la belleza, del amor.
El hombre se pierde entre la vida porque no vive una vida auténtica, vive una vida de prisas, de ambiciones, de fingimiento, de competencia, de esfuerzo permanente, de falta de valores, una vida de mentira, falsa e hipócrita.
El perro le recuerda quién es de verdad, me mira mi perro con esa mirada que parece la eterna mirada de un ser vivo a otro ser vivo, en la cual se trasluce la esencia del amor, y luego me da un lametón en la cara.
Yo le digo:
- Lobi, no me chupes.
Y él me mira y me vuelve a dar otro lametón más fuerte aún y se acurruca entre mis brazos para que le acaricie.
Tan tierno, tan cariñoso, tan verdadero.
Él sabe que cuando yo le digo que no me chupe en realidad quiero decir que lo haga una vez más, por lo menos...
el paseante
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