martes, 20 de marzo de 2012

El cine homosexual.


Escena de la película Mi hermosa lavandería de Stephen Frears.

La taquilla y la mirada homosexual

ROMÁN GUBERN
 
El cine nació el año de la condena de Oscar Wilde por homosexualidad y también su mirada gay estuvo largamente reprimida por la censura. A veces pudo encontrar resquicios, incluso bajo la dictadura de Franco. Orduña coló a los censores una relación criptohomosexual y cuartelera entre Alfredo Mayo y Luis Peña en A mí la legión (1942), y Alfredo Alaria lo hizo con sus fantasías coreográficas en Diferente (1961). En Estados Unidos, la reforma liberalizadora del Código Hays en 1956, para que el cine compitiera con la amenazadora expansión televisiva, autorizó las discretas alusiones al tema de Té y simpatía (1956) de Minnelli adaptando la pieza de Robert Anderson, o de Tempestad sobre Washington (1962), de Otto Preminger. Entonces ya despuntaba en el país un cine underground con explícitos manifiestos homosexuales, como Fireworks (1947) de Kenneth Anger y hasta actores fetiche de la talla de Joe D'Alessandro, cincelado en la Factoría de Warhol.
El cine europeo, menos puritano, rompió tabúes con las aportaciones de Fassbinder, Pasolini y el Visconti tardío, cuya obra planteó la cuestión de si es posible referirse a una estética cinematográfica gay, cuestión que no se ha formulado con la constelación formada por Proust, Lorca, Cernuda y Mishima, por ejemplo.
El paraguas del cine X acogió en los setenta al porno gay duro, muy extendido en EE UU y con su propio star system, mientras en España Eloy de la Iglesia (El diputado) y Almodóvar (La ley del deseo) reivindicaban la legitimidad de su mirada gay con la democracia. La permisividad llegó clamorosamente hasta el leninismo tropical cubano con Fresa y chocolate (1993). Y en EE UU la legalización de los matrimonios gays en Masachusetts marcó un punto y aparte. Brokeback mountain (2005), con tres oscar, hizo compatible la tradicional virilidad del cowboy con la pasión homosexual, en una historia de amor tan convencional como las del filón heterosexual de las telenovelas. Su horizonte romántico dio paso a la reivindicación política militante en Mi nombre es Harvey Milk (2008), de Gus Van Sant (dos Oscar). El frente cinematográfico gay parecía normalizado. Pero los tropiezos de Philip Morris... con la distribución norteamericana sugieren ahora que si la causa gay es políticamente correcta, al incursionar en el chiste y la caricatura puede resultar socialmente y comercialmente peligrosa. Con faldas y a lo loco pertenece al pasado y la mirada chistosa sobre las relaciones gays puede resultar ahora socialmente inconveniente.
Román Gubern es escritor y catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.
El País, jueves, 12 de agosto de 2010. 

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