¿Vale la pena enamorarse?
Agosto 19, 2013
Enamoramiento:
Dícese del sentimiento opuesto al
amor,
en el que solés andar medio
pelotud@.
Antes, Montaner era un grasa, Benedetti un ladri, Hugh Grant un carilindo con cara de yo no fui. Las novelas eran un claro enlatado que Canal 9 ponía al aire porque el dueño era un compañero del Unasur, el blues era música de viejos chotos y odiabas a los jubilados que te preguntan diez veces las mismas cosas.
El enamoramiento a la larga humilla. Es un vil
ladrón de energía. Dejás de rendir en tus espacios cotidianos para rendirte a
los pies de alguien que tiene fecha de vencimiento. El enamorado se enamora de
alguien que su sola presencia deja entrever la amenaza de una ausencia.
Digámoslo así: El enamorado es un ludópata que está dispuesto a perderlo todo
por el simple hecho de sentir la adrenalina del destino incierto.
El amor ciego necesita un lazarillo; debilita al
más fortalecido reduciendo toda su capacidad al eterno estado de la espera,
porque estar enamorado es resistirse a aprender a esperar. Las mayores locuras
en nombre de ese estado se producen mientras se está esperando. Las redes
sociales infectan el trastorno de ansiedad hasta convertirlo en taquicardia y
sudor. Los smartphones bailan en la cartera de la dama y el bolsillo del
caballero como un sapo que todavía no fue besado. ¿Y si el sapo besara a la
princesa?
Parece mentira que, algo que duele tanto, tenga tan buena
prensa. Si alguna vez te sentiste perdido por alguien, efectivamente lo estabas.
Estar enamorado es ausentarse por un tiempo de uno mismo; es la pretensión de
querer estar en el otro con la diferencia de que ese otro, sólo está en vos
cuando te hacés presente, mientras que para vos, el otro, aun en la ausencia,
sigue estando.
Es un estado de máxima vulnerabilidad y mínimo
tiempo de reacción. Te ponés regresivo, hablás en diminutivo, te reís por
cualquier cosa y quedás varios minutos contemplando la pupila de alguien que
está pensando en otra cosa. Estar enamorado por la fuerza le contrae los
músculos al corazón del otro… y a la larga a los tuyos.
Pensás que todo lo que te rodea es maravilloso y
te emocionás con mucha facilidad por cosas como por ejemplo:
- Canciones que antes detestabas de los cuarenta principales.
- Poemas en sobrecitos de azúcar.
- Películas de Hugh Grant.
- Fragmentos de novelas colombianas o poemas uruguayos.
- Un solo de guitarra de Gary Moore.
- Dos ancianos caminando por la plaza de la mano.
Antes, Montaner era un grasa, Benedetti un ladri, Hugh Grant un carilindo con cara de yo no fui. Las novelas eran un claro enlatado que Canal 9 ponía al aire porque el dueño era un compañero del Unasur, el blues era música de viejos chotos y odiabas a los jubilados que te preguntan diez veces las mismas cosas.
En fin, el amor transforma todo lo que a la larga
se pierde.
Fabio Lacolla
Fabio Lacolla
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Es verdad, es gracioso,
tiene toda la razón, es una droga.
Pero hay que ir más allá, esa droga te
hace feliz aunque sólo sea por un tiempo, te evade, te hace tocar las estrellas,
te hace volar.
Eso es un hecho, sea todo un engaño, un
espejismo, una entelequia, pero ese chute nos gusta a todos, es como una
lotería, tan difícil, tan imprevisto, tan arrollador. Se siente uno "elegido"
por fin, único, especial, como un dios que todo lo tiene y todo lo
puede.
Lo demás está bien, pero al lado de eso
todo es nada, los que lo hemos vivido lo sabemos bien.
Lo que sucede es que da miedo enamorarse
porque luego viene la caída y se sufre.
Lo mejor es no enamorarse, desde un punto
de vista práctico optimizas más tu vida sin el enamoramiento, enamorarte te
chupa energía y te desenfoca de todo lo demás.
Si me dieras a elegir entre enamorarme o
no elegiría no enamorarme seguro.
El problema es que cuando surge ya no
puedes elegir, estás perdido hagas lo que hagas.
Supongo que estamos diseñados así en
origen para perpetuar la especie, eso supongo.
Un beso,
Jose
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