Diez reflexiones
desde la piscina por José Ramón Carballo.
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Las conversaciones de piscina son como las
muñecas rusas, están llenas de capas superpuestas de deseos, el deseo de la
belleza, de la riqueza, del reconocimiento, de la diversión, el deseo de la felicidad,
oigo involuntariamente esas conversaciones de piscina quiera o no y detrás de
sus palabras vislumbro agazapados todos esos deseos incumplidos, frustraciones,
nadie cree en lo que dice y nadie cree lo que escucha, la conversación no es
sino un lenitivo contra el malestar interior de no llegar a ser lo que
pretendemos ser, el discurso se vuelve siempre insustancial y frívolo porque la
realidad de cada uno se ha convertido en algo supuestamente indigno según un
canon social convenido tácitamente: el engaño.
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Cuando participo en alguna conversación me digo
continuamente a mí mismo: ¿por qué no te callas? Y es que no me soporto cuando
trato de comportarme como los demás, me siento ridículo. Es como si estuviera
asistiendo a una función de teatro en la que fuera autor y actor a la vez, en
cada momento sé qué va a decir cada uno de los personajes, pero si alguna vez
algún personaje se separa de mi texto he de reconocer que me siento fascinado
por él, y pienso: por fin una persona interesante.
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En general las conversaciones me producen una
pereza intelectual insufrible, huyo de las conversaciones, siempre deseo que
acaben cuanto antes, pero cuando encuentro una conversación interesante me
gustaría que no terminara nunca.
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Me pregunto si a los demás les pasará lo mismo
que a mí, si les aburren las conversaciones, si es así me pregunto para qué
conversamos.
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El hombre teme el silencio, el vacío, la nada,
por eso conversa incansablemente, no quiere enfrentarse consigo mismo, con su
verdad, le da miedo qué pueda encontrar, escapa de sí mismo conversando con los
demás y consigo mismo, se desdobla,, alineado de sí mismo el hombre no para de
conversar hasta en sueños, neurótico a la fuga de su verdad, rechaza conocerse,
¿pero por qué?
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Las
formas de nadar son tan variadas y curiosas como las personas, hay
tantas formas de nadar como formas de ser, hay quien parece luchar con el agua
y quien se desliza suavemente, hay quien chapotea y quien parece apenas rozar
el agua, quien avanza velozmente y quien se deleita deslizando el agua
cadenciosamente a su paso, no hay dos formas de nadar iguales.
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Toda actividad motora del individuo, caminar,
correr, nadar, refleja si se sabe observar su esencia, igual que la forma de
hablar, mirar, sonreír, o mejor aún porque en las actividades motoras es
imposible fingir, si quieres conocer a un individuo obsérvale caminar.
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Miro a las personas y las veo encerradas en un
cuerpo, imagino mirándolas cómo será su vida, la vida en la que a buen seguro
también están encerradas, la condena del hombre es su esclavitud, su esclavitud
a sí mismo, el hombre sólo parece utilizar su libertad para querer vivir
encerrado, al hombre le da miedo ser libre y va pasando de una esclavitud a
otra voluntariamente.
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Os habéis fijado en que todo el mundo está
continuamente haciendo algo, no paran ni dormidos, se ponen a soñar, la vida es
un continuo hacer, el problema es que mientras haces no eres. Reivindico la
inactividad, la tranquilidad, la quietud y la contemplación, reivindico ser
frente a actuar.
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El progreso es la quimioterapia de la vida.
El paseante
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