jueves, 21 de marzo de 2013

Las aventuras de Pumby (4). ¿Dime hijo, tú te tocas?





Las aventuras de Pumby (4). Diario de un niño franquista. ¿Dime hijo, tú te tocas?

Me pasé toda mi infancia sin lograr averiguar qué era eso de tocarse, cuando el cura me lo preguntaba en el confesionario me quedaba bloqueado, no podía demostrar mi ignorancia y preguntar qué era eso, hubiera sido confesarme ignorante, ser tonto, y eso nunca, con confesarme pecador era suficiente humillación, yo hacía cábalas al respecto pero no lograba averiguar qué era, tampoco podía preguntar a mis compañeros, se hubieran reído de mí, suponía, eso sí, que era algo prohibido, un pecado, de no ser así no lo preguntaría el cura al confesarme.
Yo le contestaba siempre que no me tocaba, pero él insistía y me decía: ¿ni por las noches siquiera?, yo le decía que no y me quedaba pensando por qué motivo me decía lo de las noches, llegué a creer que no podía tocar mi cuerpo con la manos, cualquier parte de mi cuerpo, y que por las noches al estar dormido eso no podía evitarlo, menudo lío, tendría que mantenerme despierto por las noches.
Pero el cura seguía insistiendo ante mis negativas, ¿dime, hijo, tienes poluciones nocturnas?
Lo que faltaba, si no sabía lo que era tocarse cómo iba a saber qué era tener una polución, me sonaba a la contaminación atmosférica que además en aquella época había poca.
Lo de las poluciones nocturnas era demasiado, más tarde, mucho más tarde descubrí  a qué se refería el cura y me pareció que los curas hicieron con sus preguntas de confesionario el mejor marketing que se podía hacer a la masturbación, insistían tanto que uno tenía que acabar descubriéndolo y probándolo aunque solo fuera por curiosidad.
Yo ni me tocaba ni tenía poluciones nocturnas, era muy pequeño, empezaron a preguntármelo demasiado temprano, creo que no hicieron sino bloquear mi evolución sexual normal y crear un misterio, un tabú, en torno a ella, además yo tardaba en enterarme de todas esas cosas más que los demás, llevaba un retraso en toda esa picaresca sexual que se va desarrollando entre los colegiales, era muy pánfilo, notaba que los más espabilados de la clase en temas sexuales ya debían de conocer todo eso de sobra, hablaban de cosas que yo no entendía, tenían secretos entre ellos.
Algunos eran muy espabilados, demasiado, o se lo hacían, las revistas Playboy circulaban clandestinamente, y había comentarios sobre una supuesta casa de lenocidio que había en una calle cercana al colegio, luego estaba el tema homosexual, en mi colegio había una serie de leyendas relativas a curas que a cambio de que los niños les dejaran tocarlos les daban buenas calificaciones, lo cierto es que a mí nunca me pusieron una mano encima, sólo en una ocasión me sentí realmente en apuros, me llamó el padre tutor de mi curso a sus habitaciones porque mi madre le había dado una queja sobre mi rebeldía, y no sé si por lo que había oído a mis compañeros o porque realmente buscaba en mí otra cosa, me sentí tan mal que lo notó y me dijo que me marchara y procurara obedecer más a mi madre.
Nunca entré en ese supuesto comercio carnal, sólo en esa ocasión creí ver el tema de cerca.
Pero lo más espabilados no paraban, en el bar de enfrente del colegio había unos billares y a cambio de dejarse tocar algunos parroquianos les daban dinero, eso decían ellos, a mí todos esos tejemanejes me daban miedo, los mayores en general me daban algo de asco físico, me parecían impuros, solamente las mujeres tuvieran la edad que tuvieran me parecían atractivas, las veía como madres, me encantaba apoyar mi cabeza en sus pechos, me llamaban mucho la atención las mujeres de pechos grandes.
Pero de eso ya hablaremos más adelante.

(continuará)

El paseante

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