El diablo otra vez, el diablo y Polanski, ya hablé antes en
estas mismas páginas de La semilla del
diablo, de nuevo el diablo, en esta ocasión se trata de la búsqueda de un
libro escrito por el mismísimo Lucifer, La
novena puerta.
Película muy apropiada para los amantes de los libros, y
para los amantes de Lucifer, claro.
¿Existe realmente el diablo? Tal vez el diablo no sea sino
una metáfora de la maldad.
¿Existe realmente la maldad? Tal vez la maldad no sea sino
algo subjetivo, una cuestión de punto de vista.
Luego en consecuencia tal vez el diablo será para cada uno
de nosotros algo diferente, una cuestión de matices.
El silogismo puede ser cierto pero no necesariamente.
Tal vez no exista nada, ni el diablo, ni nosotros, ni las
películas, tal vez todo sea un engaño, seguramente todo no sea sino un producto
de nuestra imaginación, el bien y el mal, Dios, el diablo, el mundo, todo puros
convencionalismos, acuerdos necesarios para mantenernos vivos, para seguir
creyendo en algo, mantenernos vivos a través del engaño.
El engaño, la imaginación, la ficción en sus diferentes
variantes son la gasolina de la vida, su carburante.
Sólo la realidad no nos basta, y no nos basta por su
insuficiencia, su inexistencia más bien, porque sólo a través de su reflejo en
nuestro interior la realidad existe, siquiera sea al menos para nosotros.
Y de todo esto va la película, esta inteligente, sugerente y
profunda lectura que Polanski hace de la novela de Arturo Pérez-Reverte El Club Dumas.
O tal vez todo no sea más que una fantasía mía, seguramente.
Necesito que el diablo exista, mi imaginación lo necesita,
me fascina, es como un abismo insondable, una sima, un precipicio que me llama,
me atrae, una tentación a la que no puedo resistirme, una voz que no puedo
dejar de oír, una llamada a la que no puedo sustraerme, la de la maldad.
El diablo me espera siempre porque está dentro de mí, al
igual que está Dios, porque todo hombre es a la vez Dios y el diablo.
El diablo y Dios son los dos espejos en los que se mira al
hombre intentando encontrarse.
El paseante
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