Etceterísimo
Señor:
Yo, Gabriel Celaya,
aspirante a poeta,
que pase lo que pase
siempre estoy donde estoy,
visto su tal y cual del
tantos y adelante,
le digo a usted que
no.
Confieso que he clamado mi
verdad hasta en verso,
mas también Don Quijote
dijo: «Yo soy quien soy»,
y al ser era un
«nosotros», y al decir, se cumplía,
y al hacernos, se hacía,
como en él me hago yo.
Soy sin remedio español.
Soy humilde, soy digno,
las dos cosas a la vez.
Soy como el pueblo,
invencible.
Suplico en consecuencia,
Señor, que no me acuse
si aún hace tanto ruido mi
viejo corazón.
Esa explosión que le
asusta, sólo es un grito de amor.
Dios le coja confesado. Yo
ya di el «sanscacabó»;
mas, por si acaso, aún
disparo mi sagrada indignación.
Fecho y firmo en tierra
vasca con la sangre de Unamuno,
con lo uno que es lo
humano de un unánime clamor,
y suplico a Vuestra Eso:
¡déjeme ser español!
Gabriel Celaya
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