viernes, 30 de septiembre de 2011

La buganvilla, el romanticismo y el amor.




Es el rincón más romántico del jardín, bajo la buganvilla hay dos hamacas de madera, si te sientas con alguien allí y aún no estás enamorado te enamoras seguro.

Mejor no probarlo.

La buganvilla mantiene peremne el espectáculo de sus flores desbordantes sobre la pérgola durante todo el año, a lo lejos, detrás, se vé la roca de la montaña que como un gigante parece guardar tanta belleza, tanta felicidad.

Delante se extiende la hierba del jardín, que parece ilimitada hasta llegar al muro de adelfas, detrás de las adelfas se elevan las copas de un bosque de pinos y palmeras que al atardecer la brisa del mar mece cadenciosamente como un coordinado movimiento de ballet.

La casa está a orillas del mediterráneo, es mi Ítaca particular, cuando llego a ella, igual que Ulises, me desarmo, dejo caer todo el peso de mi vida, el camino queda atrás, me desnudo de mí y quedo sólo yo.

Por la noche sobre el olivo del jardín veo brillar las estrellas, las voy contando una a una y siempre al final me pierdo, me voy durmiendo contando estrellas en el silencio infinito de la noche, luego entro en la casa, me acuesto, y en sueños sigo vagando por lejanas galaxias, perdido en el infinito cielo, contando estrellas una a una como si fueran las flores de la buganvilla dispersas por el universo.

El paseante.
Octubre 2011.

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