viernes, 30 de septiembre de 2011

Entrada nº 100. El mimo.



"Qué hora de silencio, cuántas veces repetida, en mi existencia, esta ocasión humilde en que, tendido por la enfermedad o el sexo, la marea alta del atardecer me sorprende, náufrago, y me acuna. El poema se escribe solo en mí y nunca he querido escribirlo, salvo cuando era niño y torpe. Cómo creer en nada. Sólo hay un poco de paz, una cita de estrellas, en esta tregua morada del anochecer, antes de que los cuerpos sean sacos abultados y mal cerrados, antes de que los corazones sean piedras en el fondo del sueño. La vida se me vacía y veo muy claro el libro que nunca escribiré, y veo al hijo, única punzada entre los latidos de mi corazón, y veo el tiempo, cinta dulce que se desanuda infinitamente.

Hay una supresión de espacios, una caída de perspectivas, y son éstos los mismos anocheceres de la infancia con miedo y caballos, los mismos de la adolescencia con enfermedades y versos. Cómo me rejuvenece todo para la muerte. Más que irnos barroquizando, el tiempo nos va desnudando. Todo es un ir retornando a la niñez, a la sencillez, porque la muerte no crece en nuestras condecoraciones de vida y dolor. la muerte nos toma niños, puros, solos, y pienso que es en estos momentos cuando puedo morir".

Francisco Umbral.
Mortal y rosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario