lunes, 24 de febrero de 2014

Diario de un paseante. Excursión a Aranjuez




Diario de un paseante (23-02-2014). Excursión a Aranjuez.


La verdad es que Madrid es poco idílico, poco bucólico, poco pastoral, es una ciudad que ha crecido desordenadamente, de manera poco coherente, falta de homogeneidad, no existe ningún canon estético como sucede en otras ciudades, salvo en zonas muy puntuales como el centro, y aún así no deja nunca de imperar cierto desorden, cierto caos, todos esos rótulos y escaparates de los comercios, esas estéticas superpuestas de una modernidad hortera y en permanente cambio, en fin, hay que resignarse, hay lo que hay, tal vez lo que más se salve sea la Gran Vía, la Castellana, la Puerta de Alcalá, Serrano, Velázquez, poco más, uno sale de la ciudad intentando encontrar todo aquello de lo que la ciudad carece, busca la calma, la naturaleza, la armonía, una estética más cuidada, menos multitudes, algo, en definitiva, más idílico.

Decide uno irse a pasar el día a Aranjuez, suena idílico, un palacio rodeado de jardines en mitad de la vega del río Tajo llena de huertas, precioso, uno lo imagina así al menos, luego llega la realidad y le saca a uno de su engaño, lo primero es el recorrido del tren, ese amasijo de hierros y cemento, de eriales, barrios dormitorio impersonales en medio de la nada, fábricas, deshechos, edificaciones abandonadas, cunetas sucias.

Ya parece que al fin se llega a Aranjuez, esperemos que haya valido la pena tan feo recorrido, más valdría haberse dormido o haber cerrado los ojos hasta llegar, al llegar todo cambia, hay verdor, árboles, bonitas perspectivas, se ve el río, se llega a una estación antigua muy hermosa aunque totalmente descuidada, sus inmediaciones recuerdan al camino que acabamos de recorrer, amasijos de hierro y cemento, edificios abandonados, cunetas sucias, improvisación, despropósito…, llegamos al Palacio, muy bonito, aparece como en medio de la nada, los monumentos en España te los encuentras siempre de improviso como al doblar la esquina, sin tiempo para prepararte, a traición, de sopetón, según uno se acerca se da cuenta de que está muerto, el Palacio está muerto, todo cerrado, y en un estado de descuidado abandono, con goteras, seguimos caminando, jardines llenos de gente, recuerda a Madrid en sus multitudes Aranjuez en domingo, el centro muy concurrido, edificaciones variadas, falta de homogeneidad, pérdida de las señas de identidad, edificios históricos totalmente abandonados, otros rehabilitados con escaso gusto, desvirtuados en su uso, convertidos en sedes de organismos oficiales, carentes de todo encanto, luego las afueras llenas de edificaciones vulgares como de cualquier parte, absolutamente impersonales, feas, el jardín de Príncipe igualmente en estado de abandono y enfrente, en la otra ribera de río Tajo, un camping, con toda su vulgaridad, asomándose a los jardines reales, toca comer algo, tarea difícil, todo muy turístico, insípidos menús del día a precios semieconómicos, al final comí en un lugar llamado Quid, cerca de los jardines, en la pequeña terraza, bastante bien, 16 euros, muy rico todo, les felicité, el vino excelente, pero fue de chiripa, abunda lo mediocre.

Visita al Palacio, abandono de nuevo, el Patrimonio Nacional necesita un cierto impulso, los relojes de los salones, magnífica colección de relojes, no funcionan, cuando de niño iba con mis padres a visitar estos Palacios era una delicia oír sus variadas y deliciosas sonerías todas a un tiempo, antes supongo que habría relojeros que se ocuparían de eso, ahora ya no, visitas guiadas sólo a primera hora de la mañana, como no hay visitas guiadas por las tardes una parte del Palacio no se puede ver, todo es así de absurdo, muy funcionarial, los balcones cerrados, todo hay que verlo con luz artificial, otra cosa que en mi infancia y juventud no era así, en los Palacios entraba la luz natural y las pinturas y todas las decoraciones lucían mucho más, aparte que poder contemplar las perspectivas de los jardines desde las salas del Palacio significa comprenderlo mejor, en la planta de abajo para despedir al visitante han colocado una urna inmensa con los vestidos de novia de la reina, las dos infantas y la princesa, aunque el propósito con que está hecho no es ése, contemplarlo produce una tristeza enorme.

Vuelta a la estación caminando, regreso a Madrid, de nuevo todo ese amasijo de hierros y hormigón entre un paisaje lunar. Uno se pregunta qué imagen de España se llevan los turistas, si uno siendo de aquí sale extrañado y sorprendido qué pensarán ellos que no están habituados.

Para colmo los espárragos no son de la huerta y las fresas tampoco, vaya chasco, menos mal que no lo pedí.

Para terminar una reflexión sobre la idea de la monarquía que me transmite la visita a Aranjuez, uno no puede evitar una visión marxista de toda esa opulencia de jardines, fuentes monumentales, falúas, carruajes, objetos artísticos, pinturas, tapices…, uno piensa al igual que cuando visita las grandes catedrales, en toda esa pobre gente que andaría malviviendo de cualquier manera en aquellas épocas pretéritas, justo al salir del Palacio hay un enorme cuadro de la boda de Alfonso XIII, parece casi un niño, creo que es la Iglesia de los Jerónimos Reales de Madrid, y el pintor pudiera ser Casado del Alisal por el estilo, choca ver a toda la aristocracia en traje de gala doblar el espinazo ante la regia pareja que baja del altar con aspecto infantil, uno comprende en un solo golpe de vista la historia más reciente de España contemplando aquello, y entiende lo que vino inmediatamente después.

Se va uno de Aranjuez con un regusto a egoísmo, desigualdad, injusticia, indiferencia, avaricia, por parte de los poderosos hacia el pueblo, privilegios en definitiva que el péndulo de la historia trató de corregir.

Un tanto decepcionante la visita en general.

Se vuelve uno a casa pensando en la fugacidad de la vida y en la inutilidad de todo afán humano, nada queda hoy de aquellos reyes ricos y poderosos, todo lo que atesoraron se fue perdiendo, se creían tal vez eternos y el tiempo se los llevó.

El paseante


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