miércoles, 14 de marzo de 2012

El cuadro de la semana. Reloj blando... Salvador Dalí.

Dalí. Reloj blando en el momento de su primera explosión.

Me encanta Dalí, éste es un cuadro diminuto que se puede contemplar en el museo de Figueras, es casi una miniatura, lo cual no ha impedido al artista alcanzar esta perfección en su factura que puede apreciarse.
El tiempo, su medida, el control del tiempo, el tiempo como prisionero de los relojes, porque desengañémonos, el tiempo fuera de los relojes no existe, el paso del tiempo es una ficción, algo inexistente, un convencionalismo para que el hombre trate de asimilar la vida y el mundo, que son siempre los mismos y siempre iguales, que permanecen inalterables en su esencia pese a sus pequeñas mutaciones cotidianas, pero el hombre necesita comprender la vida y el mundo, comprenderse a sí mismo, y para esto crea una ficción llamada tiempo, y lo mide de una manera mecánica, con un aparato llamado reloj.
Y es entonces cuando aparece Dalí y lo ablanda, los famosos relojes blandos de Dalí, que se escurren sobre superficies y paisajes, que se van ablandando hasta licuarse, no en balde el tiempo también se midió a través del agua en las antiguas clepsidras, y a través de la arena en los relojes de arena, Dalí refunde los conceptos, lo escurridizo del agua, de la arena, lo escurridizo del tiempo, lo inaprensible del tiempo que se nos escapa.
¿Se nos escapa?
En absoluto, el tiempo no existe, se nos escapa esa ficción creada por nosotros y que pretendemos medir continuamente.
Y él, Dalí, hace explotar el reloj, pero no quiere hacer explotar el tiempo, paradoja insostenible, lo que quiere hacer explotar es la eternidad, que es en definitiva lo que trata incesantemente de medir el reloj con su continuo tic-tac.
Dalí, el surrealismo, creo que el surrealismo, el absurdo, es lo único capaz de explicar el mundo, la vida, por eso me gusta el surrealismo, por su componente de provocación iconoclasta y su llamada al mundo del subconsciente  para explicar este consciente tan inconsciente que nos constituye.
El cuadro parece preguntarnos la eterna pregunta:
¿Eres consciente de la inconsciencia de tu consciente?
Díme, ¿lo eres?
Y nada más, feliz miércoles,

The paseante

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