miércoles, 7 de marzo de 2012

El placer de la escritura.


Escribir es un placer único, inigualable, supremo placer, éxtasis total, a través de la escritura me realizo, me completo, fraguo mis ideas, las concreto, las doy a conocer, la escritura conforma mi pensamiento, lo ordena, la palabra hablada es el origen del pensamiento, la palabra escrita es el origen de la razón.
Escribo y me deleito contemplando ese chorro incesante de palabras encadenadas, de frases, párrafos, páginas, capítulos, libros, que salen de mi mano, de mi mano prolongada por un lápiz, un bolígrafo, una pluma, y voy dejando un rastro como de hormigas intermitentes que van machando el papel, jeroglífico impreso no ya en piedra sino en celulosa.
Y va quedando el rastro para que otros lo sigan, lo completen, va quedando en el pensamiento de los demás la huella que dejé impresa sobre el papel, o sobre el nuevo papel que es la pantalla del ordenador.
Escritura fugaz, pléyade de conceptos que primero toman forma para luego entrelazarse, conducir a otros y finalmente desvanecerse dejando un rastro de ideas en mi pensamiento, haciendo volar mi imaginación, conformando un universo propio, un mundo habitable en el que recostar mi imaginación y echar a volar desde allí a mundos nuevos inventados, ficciones que tal vez en algún momento se conviertan en realidad.
La narrativa, narrar, contar, el oficio más viejo del mundo desde Homero, la tradición oral, la tradición escrita, la escritura cuneiforme, el papiro, el pergamino, el papel, la cibernética, el ordenador, el ipod, todo lleva al mismo punto, a la comunicación, la interrelación a través del pensamiento, la reflexión, el análisis, el convencimiento, la cultura, en definitiva siempre la cultura, el valor supremo, la civilización y el progreso a través de la ideas.
Escribir es como respirar, un acto involuntario, sin escribir no se puede vivir, el que no escribe muere como el que no respira, y muere de una muerte más cruel aún que la física, y más total, la muerte del espíritu, la peor, la más devastadora, la definitiva, la muerte última, porque el que escribe pervive después de muerto en sus escritos, en sus pensamientos, en sus ideas, pervive en el mundo aún cuando físicamente ya no esté en él.
Escribir, sí, escribir, y pensar, claro, siempre pensar, y comunicarnos, por supuesto, para  tratar de ser mejores cada día y de ayudar a construir un mundo mejor entre todos.
Escribo, luego existo.
Escribe, te lo recomiendo.

el paseante

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