Mis veraneos
en Ibiza fueron el último cartucho de mi juventud, procuré alargarla todo lo que pude, ser joven es divertido,
pero llegó un punto en que fue imposible ir más allá, acepté mi decadencia y
actúe en consecuencia, siendo consciente de mis límites.
No sé la
fecha exacta en la que dejé de sentirme joven, fue un verano allí en Ibiza, una
noche, no se me olvidará, decidí ir a una discoteca de moda y cuando llegué en
la puerta fui incapaz de entrar, me sentí fuera de lugar, aunque también había
gente de mi edad o incluso mayor que yo, me resultó imposible traspasar la
puerta, me invadió una pereza inmovilizante que me dejó clavado al suelo, di
media vuelta y me volví al hotel, la discoteca creo recordar que era Amnesia,
en su puerta una noche de verano mi juventud me dijo adiós definitivamente y no
volvió nunca más.
Suena
terrible pero realmente fue una liberación, reconocer que uno es viejo es
quitarse un peso de encima, uno se redefine, asienta, establece en su nuevo
estatus y ya está, todo tiene ventajas e inconvenientes, la clave es sintonizar
tu vida con como tú te sientes interiormente, evolucionar desde adentro y no
desde afuera.
Esto lo digo
ahora pasados los años pero ese momento fue dramático.
Ibiza se
llevó mi juventud, podría decirse, sin margen de error, tremendo.
Por primera
vez fui a Ibiza con 30 años, agosto, Playa de Embossa, mucho calor, el hotel
muy multitudinario, en general me pareció todo bastante vulgar, eran los 90 y
la isla empezaba a eclosionar, estuve a punto de adelantar el regreso, la isla
parecía querer echarme, no quería saber nada de mí, me trató como a un intruso,
en el último momento sin embargo conecté con algo, como con una energía
especial, algo cósmico, esencial, telúrico, una fuerza que surgía del subsuelo
y se apoderó de mí, me quedé y cuando tocaba regresar deseaba quedarme, un lío.
En esta
primera visita la isla me hizo evolucionar, de pazguato, mojigato, reprimido,
rancio, pasé a abrirme a una nueva realidad integradora, cosmopolita,
transgresora, que te abrazaba y quería que fueras suyo hasta entregarte, algo
hizo clic en mi mente de chico bueno, hijo de familia, favorito de mamá, y me
dije: chico, ahora o nunca, sé tú mismo.
Con el
tiempo descubrí que ser yo mismo consistía simplemente en ser más yo, ser
intensamente yo, y que eso tampoco suponía gran riesgo, sino todo lo contrario,
la sensación de que todo iba mejor soltando amarras de la sociedad bienpensante
y reprimida, porque si no, a la larga, todo estallaría de mala manera, de la
peor manera, Ibiza fue terapéutica, como un spa psicológico.
Pero no
volví a la isla sin embargo hasta pasados cinco años, y luego estuve ya yendo
durante más de 10 años ininterrumpidamente, era como una cura anual, como ir a
un balneario a sanarme, limpiarme y llenar la vista de belleza, luego dejé de
ir y noté que el aprendizaje se había terminado, se había cumplido un círculo y
empezaba a caer en la monotonía, Ibiza además empezaba a cambiar, desde que
dejé de ir hace 10 años hasta ahora se ha mercantilizado y ha perdido su
espíritu, su esencia, aquella magia.
Volveré
algún día seguramente para saborear los recuerdos de la juventud y sentir cómo
la vida es única e irrepetible y sólo sucede una vez.
El paseante
(continuará)
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