lunes, 22 de octubre de 2018

Mis veraneos en Ibiza. IBIZA Y YO.





Mis veraneos en Ibiza fueron el último cartucho de mi juventud, procuré alargarla todo lo que pude, ser joven es divertido, pero llegó un punto en que fue imposible ir más allá, acepté mi decadencia y actúe en consecuencia, siendo consciente de mis límites.


No sé la fecha exacta en la que dejé de sentirme joven, fue un verano allí en Ibiza, una noche, no se me olvidará, decidí ir a una discoteca de moda y cuando llegué en la puerta fui incapaz de entrar, me sentí fuera de lugar, aunque también había gente de mi edad o incluso mayor que yo, me resultó imposible traspasar la puerta, me invadió una pereza inmovilizante que me dejó clavado al suelo, di media vuelta y me volví al hotel, la discoteca creo recordar que era Amnesia, en su puerta una noche de verano mi juventud me dijo adiós definitivamente y no volvió nunca más.
Suena terrible pero realmente fue una liberación, reconocer que uno es viejo es quitarse un peso de encima, uno se redefine, asienta, establece en su nuevo estatus y ya está, todo tiene ventajas e inconvenientes, la clave es sintonizar tu vida con como tú te sientes interiormente, evolucionar desde adentro y no desde afuera.
Esto lo digo ahora pasados los años pero ese momento fue dramático.
Ibiza se llevó mi juventud, podría decirse, sin margen de error, tremendo.
Por primera vez fui a Ibiza con 30 años, agosto, Playa de Embossa, mucho calor, el hotel muy multitudinario, en general me pareció todo bastante vulgar, eran los 90 y la isla empezaba a eclosionar, estuve a punto de adelantar el regreso, la isla parecía querer echarme, no quería saber nada de mí, me trató como a un intruso, en el último momento sin embargo conecté con algo, como con una energía especial, algo cósmico, esencial, telúrico, una fuerza que surgía del subsuelo y se apoderó de mí, me quedé y cuando tocaba regresar deseaba quedarme, un lío.
En esta primera visita la isla me hizo evolucionar, de pazguato, mojigato, reprimido, rancio, pasé a abrirme a una nueva realidad integradora, cosmopolita, transgresora, que te abrazaba y quería que fueras suyo hasta entregarte, algo hizo clic en mi mente de chico bueno, hijo de familia, favorito de mamá, y me dije: chico, ahora o nunca, sé tú mismo.
Con el tiempo descubrí que ser yo mismo consistía simplemente en ser más yo, ser intensamente yo, y que eso tampoco suponía gran riesgo, sino todo lo contrario, la sensación de que todo iba mejor soltando amarras de la sociedad bienpensante y reprimida, porque si no, a la larga, todo estallaría de mala manera, de la peor manera, Ibiza fue terapéutica, como un spa psicológico.
Pero no volví a la isla sin embargo hasta pasados cinco años, y luego estuve ya yendo durante más de 10 años ininterrumpidamente, era como una cura anual, como ir a un balneario a sanarme, limpiarme y llenar la vista de belleza, luego dejé de ir y noté que el aprendizaje se había terminado, se había cumplido un círculo y empezaba a caer en la monotonía, Ibiza además empezaba a cambiar, desde que dejé de ir hace 10 años hasta ahora se ha mercantilizado y ha perdido su espíritu, su esencia, aquella magia.
Volveré algún día seguramente para saborear los recuerdos de la juventud y sentir cómo la vida es única e irrepetible y sólo sucede una vez.

El paseante

(continuará)


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