El superjefe llevaba botines rojos con hebillas, resultaba
extraño ver esos botines tan estridentes contrastando con su indumentaria un
tanto gris, con su aspecto un tanto gris, con su personalidad un tanto gris, en
un hombre tan gris aquellos botines hacían pensar que bajo esa apariencia de
normalidad algo no iba bien, daba la impresión de que podía ser uno de esos que
un buen día coge una metralleta y acaba matando a todos los que tiene
alrededor, tal vez los botines eran un resto de sus noches locas, pensaba uno
si tal vez por las noches se convertía en alguien diferente, como si
concentrara de noche todas las infracciones a las normas que de día era incapaz
de hacer alguien como él adicto al control y al autocontrol, todo debía ser una
comedia también, un juego, una imagen irreal, ¿qué habría detrás?, nadie lo
llegaría a averiguar nunca seguramente.
A Brown esos botines no se le iban de la cabeza, había algo
que no casaba, pensaba, y eso le alarmaba, cuando veía al gran jefe, en
contadas ocasiones, hacía por no mirar los botines, le parecía descortés el
hacerlo, como si violara la intimidad última del gran jefe, pero aunque
intentara no verlos los veía de reojo, aquellas dos manchas rojas flotaban en torno a
su mirada que disciplinadamente no se separaba de los ojos del gran jefe, que era
agradable en apariencia, tranquilo en apariencia, trabajador en apariencia,
severo en apariencia, dialogante en apariencia, competente en apariencia…
Brown tenía, pese a todas sus sospechas, un buen concepto
del gran jefe, en una empresa tan complicada, con una gente tan rara,
acostumbrada a hacer de siempre lo que le daba la gana, él cuando llegó puso
orden con mano firme, o mejor decir mano dura, era inflexible, muy rígido, muy
reglamentista, inamovible en sus decisiones que con frecuencia eran consideradas
draconianas, y lo eran con arreglo a la cultura imperante en la empresa, pero
no debían de serlo tanto para él, para su mentalidad, lo cual hizo que pronto
la empresa se amoldara a su mentalidad como un guante y que todo marchara como
un reloj, sin sobresaltos, sorpresas, complicaciones.
Hasta donde Brown sabía el gran jefe era eminentemente práctico,
poco o nada influenciable y muy cabezón, era además difícil engañarle, eso fue
bueno para Brown, el gran jefe enseguida supo que Brown era de fiar dijeran lo
que dijeran de él y decidió apoyarle al menos por un tiempo. Y eso Brown no lo
olvidaba aunque guardaba un regusto amargo de los momentos finales antes de que
se marchara de la empresa, ahí estuvo cruel, pero el gran jefe era así para lo
bueno y para lo malo, era como una máquina, frío, implacable, inescrutable.
Brown siempre pensó que si se hubieran conocido en otras
circunstancias se hubieran llevado bien, hubieran podido incluso llegar a ser
amigos.
Pero aquellos botines rojos preocuparon siempre demasiado a
Brown, sin darse cuenta que era precisamente lo que les unía a ambos, ese mundo
oculto en el cual se encontraban y eran afines, ahí es donde conectaban y se
sentían seguros el uno con el otro, se caían las vendas y no tenía sentido
cualquier cosa que dijeran de ellos. Brown siempre pensó que ese mundo oculto
del gran jefe no era sino una bondad reprimida, una bondad con la cual el gran jefe sabía que no se
podía ir a ninguna parte.
(continuará)
Brown desde Vancouver Capítulos anteriores:
La verdadera historia de Cony y Brown (1). Brown no quería ya a Cony.
La verdadera historia de Cony y Brown (2). La puta barata de Cony.
La verdadera historia de Cony y Brown (3). La mayor enemiga de Cony era Tipi.
Próximas entregas:
5 - Robert y Philip eran muy amigos en apariencia.
6 - También estaba Peny, el cubano.
7 - El marido de Cony.
8 - El reencuentro entre Cony y Brown.
9 - Ellos jugaban a provocar.
10 - Hacer el amor con Cony.
11 - La muerte de Cony.
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