Me sonrío, no puedo evitarlo, al recordar esta película, que es, sin dudarlo, un cóctel perfecto de emociones contradictorias, como la vida misma.
No valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos, esta máxima parece algo connatural al género humano, lo digo por propia y ajena experiencia.
La película mezcla amor, humor, añoranza, y el más allá, de una forma muy delicada, como si de una joya hábilmente engarzada se tratara, es la película del amor por excelencia, especialmente recomendable para románticos empedernidos de lágrima fácil, y para adictos a la tragicomedia, es decir, aquéllos a los que guste pasar del llanto a la risa y viceversa sin solución de continuidad, toda una montaña rusa de sentimientos encontrados.
Y para colmo Woopi Goldberg, que parece no pintar nada entre tanto romanticismo pero da el contrapunto necesario para que los diamantes de esta joya cinematográfica brillen aún más ante los emocionados ojos del espectador, Woopi es el oro, el oro blanco que no se ve entre tantos brillantes pero que los sujeta firmemente.
La mayoría de la gente no cree en el amor hasta que cae en él, y es que en el amor no hay que creer o no creer porque es algo que simplemente te sucede, y hasta que no sucede no lo comprendes, el amor es inexplicable, un misterio, un jeroglífico, una ecuación irresoluble, una quimera inalcanzable que surge cuando menos lo esperas y en el lugar más insospechado.
Pero cuando llega es imparable, para bien o para mal es como un vendaval que todo lo trastoca, después de su paso nada vuelve a ser igual, uno es diferente ya para siempre.
Lo que hace divino al hombre es el amor, sólo a través de él toma contacto con Dios.
Me imagino la dicha eterna como el amor eterno, es decir, como el amor de Dios.
Un beso,
el paseante
No hay comentarios:
Publicar un comentario