Escribo
sobre la realidad, sobre lo real, sobre lo que sucede y observo alrededor de
mí, soy un cronista de lo cotidiano, de lo cercano, de la anécdota, ¿vale la
pena?, me pregunto, no lo sé, seguramente es algo inútil pero no puedo evitar
hacerlo, escribir para mí es como pensar, algo involuntario que no puedo en
ocasiones parar, incluso yo diría que se piensa mejor escribiendo, la escritura
pone en orden el pensamiento, lo estructura, lo solidifica, toma cuerpo el
pensamiento, se organiza y aclara, se concreta, a través de la escritura.
Cuando
sólo nos limitamos a pensar todo queda como en una vaga nebulosa de difusas
ideas, conceptos contrapuestos, análisis paradójicos, idas y venidas, marcha
atrás, indecisiones, indefiniciones, vaguedades.
Pero
con la escritura nuestro pensamiento se aclara, el hecho de escribir forma
nuestros pensamientos, los disciplina, los hace marchar en orden, como si de un
ejército se tratara, las ideas, las palabras, las letras, alineadas en
renglones, con paso firme van avanzando por la hoja de papel, campo de batalla
de nuestros pensamientos, y a veces chocan, se enfrentan, luchan, y en la
contienda surgen nuevos pensamientos que son diferentes a los anteriores pero
que los contienen como un germen de algo nuevo.
Y la
escritura discurre sobre el papel haciendo nacer nuevas palabras, frases,
haciendo despertar el pensamiento, movilizándolo, proyectándolo sobre un futuro
inmediato o mediato en el que tal vez todo eso sea leído, interpretado, recreado
por alguien, por otra persona, el lector, que a su vez irá escribiendo
mentalmente otro discurso propio y que tal vez de alguna manera, a través del
diálogo o de la escritura, transmita a los demás.
Y así
hasta el infinito, el milagro de la comunicación, el milagro de la
inteligencia, el aprendizaje, el avance de las ideas que a su vez se van
plasmando en la realidad y la hacen ser diferente, transformarse en pos de las
ideas, una realidad infinita en su potencial de transformación con el impulso
del motor del pensamiento.
el
paseante
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