Difícil escribir algo sobre Esperanza Aguirre que no sea una
obviedad, se ha dicho ya prácticamente todo, me resisto a que me caiga bien
denodadamente, me esfuerzo en que no me caiga bien, pero en el fondo no puedo
evitar que me caiga bien, y en qué sentido me cae bien?, pues en el de su
franqueza, su desenvoltura, su atrevimiento, su osadía incluso en ocasiones, su
punto casi siempre provocador, su dominio escénico, su carisma, arrollador
carisma en una situación política tan carente en general de carisma, su
casticismo, sus payasadas.
En un panorama político tan átono, su irreverencia me llama
la atención, me despierta, me agita, zarandea, provoca, enfada, me hace reír, si bien
creo que sobreactúa en demasía y que se ha convertido en un personaje ya tan
popular como Jesús Gil, enemigo también que era al igual que ella del
recientemente fallecido Moncho Alpuente, habría que averiguar por qué motivo
estos dos vecinos del barrio de Malasaña se llevaban tan mal, seguramente
porque en el fondo eran iguales, irreverentes, provocadores, atrevidos,
desenfadados, amantes del riesgo…, cada uno en su ámbito respectivo.
Ahí me quedo, no sigo adelante, lo demás es para mí una
nebulosa, una maraña política inextricable, un enigma que seguramente ni ella,
ni la propia Esperanza Aguirre será capaz de desentrañar respecto a ella misma,
porque el principal problema de convertirse en un personaje es que nos perdemos
en él haciendo que los demás se pierdan tras de nosotros y con frecuencia nos
cuesta volver a encontrarnos.
Estoy borracho de Aguirre, lo reconozco, y en este estado no se puede ir a votar.
Estoy borracho de Aguirre, lo reconozco, y en este estado no se puede ir a votar.
El paseante
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