Bruttini y el mar
El chico tocaba el piano como los ángeles, desde niño su
madre había intuido su sensibilidad y había procurado darle ocasión de
desarrollarla recibiendo lecciones de piano, pero Bruttini no sólo sabía tocar
el piano sino que tenía un genio creativo e improvisador, hacía variaciones
sobre temas conocidos con gran carácter y personalidad, en ese momento estaba
tocando Alfonsina y el mar en el piano que Carballo tenía en el salón de su
apartamento, era sábado por la mañana y Bruttini, algo preocupado por la deriva
que estaba tomando la vida de Carballo últimamente, se presentó a visitarle de forma imprevista, Carballo le abrió la puerta aún en pijama pese a
estar ya el sol bastante alto, tenía un aspecto bastante acabado y olía a
alcohol, Bruttini al pasar frente el dormitorio no pudo evitar echar un vistazo
y pudo ver que encima de la mesilla de noche había una botella de whisky y un
vaso a medio vaciar, entró en el salón y mientras Carballo tomaba una ducha se
puso a improvisar en el piano, estaba tocando la canción favorita de Carballo,
Alfonsina y el mar.
Los acordes resonaban en el pequeño apartamento de Carballo
como si fuera una caja de resonancia, todo el espacio era invadido por la
sonoridad de la música, el ritmo trepidante con que Bruttini aceleraba los
compases de la música a su antojo, haciendo que la canción se tambalease como
si fuera a precipitarse desde las alturas de los edificios de la Gran Vía que
se veían a través de los ventanales y luego se elevara hasta el cielo iluminado
por el radiante sol de esa mañana de comienzos del otoño, Carballo oía el
espectáculo de esa maravillosa música desde el baño, se estaba afeitando
mientras contemplaba las bolsas de sus ojos que la noche anterior había dejado en
su rostro los efectos del alcohol, se veía envejecido, acabado, triste, sin
ilusiones, pero aquella música, aquélla música, aquella música…, realmente le
acariciaba el alma y hacía que su alma se elevara y se olvidara de todo lo malo
y se reconciliara con todo y con todos, y, sobre todo, esto era lo más
importante, consigo mismo, lo que no consiguiera el chaval no lo conseguiría
nadie, estaba claro, allí estaba sentado ante el piano tocando frenéticamente
mientras de sus manos salía ese bálsamo musical que todo lo curaba.
El piano de cola del salón de Carballo era realmente una
joya, Carballo compró el apartamento con el piano dentro, el piso perteneció antes
a un profesor de música y canto, cuando le vendió el piso a Carballo le dijo
que no podía llevarse el piano consigo a donde iba, Carballo pensó aprender a
tocarlo pero fue inútil, recibió unas cuantas lecciones pero definitivamente no
estaba dotado para la música ni para nada relacionado con la creatividad o el
arte, disfrutaba con el arte, lo
valoraba, sabía apreciarlo, pero para nada era capaz de ponerlo en práctica,
sencillamente no tenía ese don. El piano
quedó en paro forzoso hasta que Bruttini comenzó a tocarlo cuando visitaba de tarde
en tarde a Carballo, aquellas fugaces veladas musicales deleitaban por demás a
Carballo, Bruttini parecía realmente un ángel sentado inclinado frente al piano
tocando apasionada o delicadamente al contraluz del gran ventanal del salón a
través del cual se divisaba la Gran Vía con sus altos edificios estilo años 30
de fondo, el ruido del tráfico que normalmente subía desde la calle desaparecía
totalmente con los acordes del piano cuya tapa entreabierta permitía observar
desde lejos el golpeteo de los pequeños martillos sobre las metálicas cuerdas.
Generalmente Bruttini acababa exhausto, tal era su entrega a
la música que cuando terminaba parecía que había recibido una gran descarga
eléctrica, una especie de electroshock, o algo parecido, se levantaba parsimonioso
del asiento, y obnubilado aún, como en trance, se dirigía ausente al sofá donde
se recostaba y se quedaba mirando al techo sin parpadear durante un rato hasta
que súbitamente decía:
(continuará)
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