lunes, 21 de mayo de 2012

Views from my parents house.


El hogar, la dulzura de la paz del hogar, la familia, lo más importante en la vida, el refugio en el que resguardarse de las inclemencias de la vida.
El sábado estuve comiendo en casa de mis padres, el día estaba lluvioso, con sol entre nubes, chaparrones, nubes de algodón, el río como de plata iluminado por una luz transversal.
Las vistas desde casa de mis padres son espectaculares, se divisa el Palacio Real, la catedral de la Almudena, la torre de Madrid, el edificio España, el Campo del Moro, el Parque del Oeste, el puente de Segovia de Juan de Herrera sobre el río Manzanares, el río, y al fondo las montañas, la sierra de Madrid, en la lejanía, que cuando están nevadas se ven grandiosas como gigantes dormidos, y las puestas de sol sobre el horizonte, anaranjadas, rosadas, celestes.
Un espectáculo permanente ver los colores cambiar asomado a la terraza o desde cualquier ventana, teniendo delante todo ese cuadro vivo lleno de color y en un permanente movimiento cambiante de luz, sombra y color.
El paisaje se mete dentro de la casa.
La casa antes de que la compraran mis padres, allá por los años 60, había sido el estudio de un pintor, recuerdo que durante mucho tiempo en primavera venían a hacer fotos desde la terraza para editarlas en postales.
Recuerdo también el día que entré por primera vez en esa casa, debía de tener poco más de tres años, fui con mi madre a ver el piso que estaba en venta, el portero abrió la puerta y yo eché a correr frenético por toda la casa, había una luz deslumbrante, todo estaba vacío, perfecto para un niño, cuando llegué al salón me tumbé bocarriba en el suelo, mirando al techo y con los brazos y las piernas extendidos, la madera del suelo estaba caliente porque le había estado dando el sol que entraba por el ventanal de la terraza, aquello era delicioso.
La casa me eligió a mí, yo elegí a la casa, desde entonces estamos enamorados el uno del otro.
Mi madre cuando llegó con el portero al salón me dijo:
Pero hijo qué cosas haces, por favor qué vergüenza, levántate.
Y yo me levanté y volví a echar a correr.
Durante muchos años he pintado todas estas vistas en las distintas estaciones del año, a distintas horas del día, con diferentes luces, tonalidades, colores.
Me he deleitado reproduciendo e interpretando esa belleza que ahí enfrente está siempre esperándome como diciéndome:
Mírame.

el paseante

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