jueves, 10 de mayo de 2012

La loba. Lillian Hellman. Crítica teatral.


La loba, obra de Lillian Hellman, se representa en el teatro María Guerrero de Madrid, inmejorable reparto, encabezado por Nuria Espert y Víctor Valverde, a destacar asimismo la interpretación de Jeannine Mestre, soberbia en su papel de Birdie Hubbard.
Creo que es un error que se haya perdido la costumbre de que salgan a saludar y recibir los aplausos los actores uno a uno al terminar la obra, y por último todos juntos, el igualitarismo imperante de que sólo salgan todos a la par, hace que no pueda el público agradecer debidamente uno por uno sus interpretaciones, y hace que el actor no reciba un feed-back individualizado de su trabajo, algo que es muy importante, pienso.
Con todo hay que decir que hay papeles que se prestan a un mayor lucimiento y resultan más atrayentes para el público, pero siempre se puede destrozar un buen papel, no cabe duda, o hacer de un mal papel una verdadera obra de arte, de ahí la importancia del trabajo individual de cada actor, de su sabia o no encarnación del personaje, si bien siempre es conveniente la armonía de conjunto, por supuesto, sin la cual la representación fracasaría.
La dirección es de Gerardo Vera, veterano director de escena que abandona con esta obra la dirección del Teatro María Guerrero, la política siempre interfiriendo en todo, en el teatro también.
La obra es, tanto en sus interpretaciones, como en su dirección, simplemente impecable, perfecta, ni sobra ni falta nada, todo tiene su conveniente medida, su preciso equilibrio, su eficaz factura, siendo el resultado magnífico en su conjunto.
En cuanto a la obra en sí, el texto, hace pensar, al salir de la sala uno se va rumiando el regusto que ha dejado la representación en su pensamiento, las ideas, las imágenes que subrayan las ideas, la dicción, los gestos, los personajes, las situaciones, la ambientación, los decorados, la música (en este caso una delicia), todo en conjunto hace que uno se vaya rumiando sus impresiones, percepciones, emociones, cada uno las suyas propias, siendo algunas siempre comunes.
La obra plantea de una manera un tanto maniquea, la diferencia radical y el abismo que separa a la gente buena de la gente mala, y éste es, en mi opinión, el único fallo de todo, es decir, el planteamiento de fondo del texto de Lillian Hellman, la tesis que trata de demostrar en su obra.
Porque en mi opinión y experiencia al respecto, eso no es así, todos somos buenos y malos a la vez en mayor o menor medida, las circunstancias que cada uno vive influyen, las oportunidades, el rol social, el entorno, la familia, todo hace que uno vaya por un camino, camino que a veces se desvía y a veces vuelve a su dirección habitual.
Cada hombre en sí es capaz de las mayores heroicidades y sacrificios, y de las mayores vilezas, depende del aprendizaje y de aquello con lo que le haya tocado luchar en la vida, depende de los ejemplos que tenga alrededor, de sus afanes, luchas, quimeras, de su ego, su psique, su destino (el que considere debe cumplir).
Si bien ese maniqueismo simplista de la obra de teatro sirve para el lucimiento en extremo de la más "mala" de la función, es decir, de la diva indiscutible y número uno de la escena teatral en España, la gran, la única e inigualable, Nuria Espert, que le da una riqueza de matices y una profundidad a su papel que es en sí como una obra de teatro dentro de la misma obra de teatro, una representación aparte, en paralelo.
Os recomiendo que vayáis a ver la representación, los miércoles a mitad de precio, y el teatro María Guerrero es una de las joyas que esconde Madrid, junto con el Teatro Español son los dos teatros más antiguos de la capital, verdaderas joyas arquitectónicas y compendio de algo hoy totalmente perdido, las artes decorativas, una verdadera delicia para los sentidos.

Abrazos,

el paseante

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