lunes, 28 de mayo de 2012

Mi casa del pueblo.


Bonita, ¿verdad?
El lugar es de lo más idílico, como de cuento de hadas, un pequeño pueblo en un valle florido que cruza un pequeño río.
El jardín del edén.
De noche sube hasta la casa el rumor de las aguas de río y el olor de la hierbas aromáticas de sus riberas, en el cielo las estrellas innumerables que sólo allí se ven, todas las constelaciones que parecen llamar la atención con su lenguaje mudo y eterno.
El lugar, la Alcarria, la Alcarria que recorriera Don Quijote junto a su fiel escudero Sancho, más allá saliendo del valle, subiendo las laderas se llega a la alta planicie de los inmensos campos de cultivo con su infinito silencio, con su desoladora soledad.
Estuve durante bastante tiempo buscando una casa de pueblo, estaba saturado de ciudad, de gente, de tráfico, de prisas.
Pero tenía un presupuesto limitado, no podía comprar la primera casa que me gustara, tenía que hacer economías.
Al final surgió lo imprevisto, el milagro, la casa ideal, en el lugar ideal, el precio ideal.
Había valido la pena esperar.
Acabó de decidirme un día que llegué a verla ya de noche, la luna en lo alto del cielo iluminaba todo el pueblo que dormía en silencio, subí hasta la casa y desde allí contemplé todo el valle iluminado por la luz de la luna, la tranquilidad, el silencio, el rumor del agua del río, la vecina Iglesia con su campañario recortado contra la silueta de la luna llena.
Y entonces cantó un pájaro, algún ave nocturna, y pareció decirme:
Cómprala, es tu casa, te ha estado esperando desde siempre.
La casa estaba a medio rehabilitar, yo la terminé, rematé la perfecta visión del pueblo acabándola, porque está justo a un lado de la Iglesia rematando la parte más alta del pueblo, desde donde se contempla todo.
Rodeada de campo, atalaya de mis pensamientos, torre de marfil de mi existencia.
Te quiero casa.


el paseante

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