viernes, 13 de abril de 2012

Soy un pornógrafo digital.

Escena de la película El Casanova de Federico Fellini.
La pornografía ha tenido desde que era joven, desde el despertar de mi sexualidad en la adolescencia, una gran importancia para mí.
Recuerdo que antes de descubrir lo que era el sexo, mis compañeros de colegio más precoces hablaban de cierto tipo de revistas, aquello era pecado, si los curas te pillaban se te caía el pelo.
Bueno, los curas hasta donde yo recuerdo eran todos mariquitas y la mayoría si podían te metían mano en cuanto te descuidabas, eso era algo público y notorio, pero yo en aquella época no sabía ni lo que significaba ser mariquita, ni lo que significaba no serlo, no sabía aún nada.
Como digo los curas reprimían la sexualidad de los niños y explotaban a su costa la propia, muy sutil, una vez llegó un cura joven al colegio que no era gay y era un tío estupendo, lógicamente nos ganó a todos enseguida, pues bien, el resto de los curas se inventaron que era gay y le echaron, es decir, los gays echaron al que no era gay por gay, como de película, de película de Almodóvar, claro.
Vuelvo al tema que he ido por las ramas como acostumbro.
Una vez que descubrí el sexo pues comencé a ver revistas, así nos iniciábamos todos.
Los Play Boy que mi padre se compraba en sus viajes al extranjero y que guardaba en el fondo del armario entre los jerseys.
Los Lib que dejaba mi tío por cualquier parte. 
Yo buscaba por donde podía, de los Play Boy recuerdo a las mujeres que tenían unos pechos enormes, a mí me excitaban de adolescente los pechos enormes de las mujeres, a otras partes de su cuerpo aún no había llegado simplemente porque no salían en las fotografías, es como si las mujeres en aquella época y desde un punto de vista sexual se terminaran en los pechos.
En los Lib de casa de mi tío me recreaba con Susana Estrada y leía excitado sus artículos sobre sexualidad, así fui conociendo más.
Y luego llegó mi musa, Bárbara Rey, y el programa de la tele Aplauso, aún hoy he de reconocer que como Bárbara Rey para mí ninguna, esas piernas no las ha vuelto a tener otra, y esa cara, y esos labios...
Ahí comenzó mi gusto por lo ambiguo, mi padre no compartía mi pasión por ella y decía que tenía voz de cazallera y poco pecho, que debía ser un travesti.
Cuestión de gustos, mi fijación con los pechos femeninos había terminado, pasé a fijarme más en las piernas y en el culo.

(continuará)

el paseante

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