lunes, 16 de abril de 2012

Hecho unos zorros.

El país hecho unos zorros y va el Rey y caza un elefante. Y, encima, se rompe -el Rey-cual delantero centro en plena faena. Lo rescataron, como si fuera un país a la deriva, y lo operaron de urgencia, como si tuviera la prima de riesgo por las nubes. Pero Majestad, si es que no está usted ya para estos trotes... Alguien debería decírselo: no ha hecho usted bien. Es verdad que nadie se hubiera enterado si no llega a caerse, pero eso de cazar elefantes en Botsuana con su nieto ingresado precisamente por un disparo, y durante la peor semana bursátil del año no crea que genera confianza en la Monarquía. Ni cariño hacia quien la representa.
Y no solo por parte de los defensores de la vida de los animales. Que esos elefantes son enormes, pero no hacen nada, hombre; y además matarlos es carísimo, lo pague quien lo pague, no sé si me entiende. Es ya una cuestión general: los ciudadanos se están hartando un poco de todo. De niños de 13 años que se hieren con armas que no pueden utilizar, de divorcios reales con "estaba con su padre" como contra-argumento al auto-disparo, de Urdangas que sacuden los cimientos de una institución que pagamos entre todos.
¿Y no se puede votar para que el Rey no siga siendo rey?, me pregunta, tras ver la foto del elefante, mi hija mayor. No, le contesto. Pues ¡qué morro! ¿Y quién fue el primero que se inventó lo de ser rey?, me pregunta, fascinada, la mediana. ¡Esto no es justo!, protesta la pequeña, indignada ante el gigantón abatido junto a un árbol. Pues no, no lo es, pero nadie dijo que el mundo fuera un lugar razonable, pensé contestarle, antes de cambiar hacia una conversación más adecuada a sus infantiles intereses.
Las despisto como puedo y consulto mi Twitter, que se encoleriza ante “el colmillo que ha colmado el vaso en el annus horribilis” de los Borbones.

¿Los siguientes?

Cuando estudiaba periodismo en Madrid, 'The New York Times' era la Biblia, pero en serio. Cuando seguí estudiando periodismo en Estados Unidos, aprendí que "si lo dice el Times, ha ocurrido; y si no lo ha hecho aún, ocurrirá", como explicaba uno de mis maestros de Wisconsin.
El diario neoyorquino insinúa que podemos ser nosotros los siguientes. Es verdad: eso ya lo sabíamos. Que nos rescaten –como al Rey- es una opción que cobra credibilidad a medida que pasan los días. Pero la sensación ahora resulta bastante menos digerible: lo dice el mejor periódico del planeta. Aunque se trate del más creíble de todos los medios de comunicación y de opinión del mundo, no todos lo creen. Rajoy, por ejemplo, niega la mayor: no nos rescatarán; no hará falta. Y lo asegura con toda la contundencia posible, con la máxima que es capaz de generar su discurso desapasionado y confiado, en ocasiones ingenuo. Y, quizá por eso, o por eso también, suena a cuando un presidente de un club de fútbol defiende a un "míster" tremendamente cuestionado: "Les aseguro que seguirá siendo el entrenador hasta final de temporada pase lo que pase"; eso también lo hemos oído mil veces, solo unos minutos, o unos días, antes de una destitución.
El gran problema, esta vez, es que estamos a un pequeño desliz del descenso. Y no a la división de plata, hacia un castigo menor. No, no es eso. Esta vez se trata del infierno, y no, exactamente, de aquel que hasta fue divertido, ése en el que que vivió el Atleti un par de temporadas. En este, en el que vaticina el Times que nos podemos precipitar, no se está bien, y < del Estado lejos muy>al que tan estupendamente nos habíamos acostumbrado.

Dar ejemplo

Y es que en medio de esta semana tan compleja, la más negra del año si la juzgamos desde la perspectiva de los inversores en Bolsa, va Froilán y se pega un tiro. Menos mal que en el pie. Cualquier mal pensado podría especular que una situación tan esperpéntica solo puede responder a una (brillante) maniobra de despiste para que los ciudadanos no veamos con la claridad necesaria que el país está, efectivamente, como unos zorros. Para que nos olvidemos de Kirchner y de su amenaza de expropiar Repsol. Para que dejemos a don Iñaki en paz, al menos unos días, aunque el juez siga descubriéndole, otra vez esta semana, cuentas en el exterior.
Qué mal va todo, debe de pensar nuestro monarca, angustiado, absorto en sus afligidos y lejanos recuerdos de disparos accidentales y en otros igualmente desconsolados y no tan lejanos de yernos que, con su cuestionable comportamiento, resquebrajan monarquías. No extraña tanto que, aturdido, se caiga y se destroce la cadera.
Majestad, a su edad, conviene no forzar lo de los viajes a África para matar animales. Ah, y recuerde lo de dar ejemplo: no está el país para cacerías, ni los nietos para enseñarles lo que es disparar a otros seres vivos.

Yo solo

La Bolsa baja y la prima de riesgo sube. Esto ya lo he escrito, creo que de forma idéntica, algún otro domingo. Pero es que insisten, tanto la desconfianza contra la que nos prometió luchar el PP, como los supuestos especuladores que quieren hacernos daño. ¿Cuánto podrán bajar la una y subir la otra sin que nos despidan? ¿Cuánto puede aguantar un país con su prima de riesgo por encima de los valores de rescate y con su índice bursátil descendiendo un 4 por ciento a la semana, al menos la última? No lo sabemos, pero probablemente acabaremos sabiéndolo.
Monti dice que él no ha sido, y así se lo ha dicho a Rajoy. Pero Rajoy no escucha. ¿Pactos? No: yo solo lo arreglo. Tengo la legitimidad. Sé hacia donde voy.
Ojalá.
Quizá sepa Mariano a dónde va pero, desde luego, no sabe contarlo, y quizá por eso parece que ha perdido el rumbo. También parece claro que prefiere ir solo en vez de acompañado de un gran acuerdo parlamentario. Lástima que desconoce, por lo que se deduce de sus actos, que no es momento para héroes, ni para hazañas. Más bien, para el trabajo en equipo, el hombro bien arrimado a la causa común y el ego personal sometido al más férreo control, evitando que se desmande.
También debería controlar nuestro presidente a su gente. No deberíamos escuchar refrescantes propuestas de la presidenta madrileña que modificarían la Constitución si su jefe ni siquiera se digna a planteárselas.
Sorprende, también, el secretario de Estado para el Comercio, cuyo cometido seguro que no es levantar la moral de la patria. "España estaría muerta sin el BCE", afirmó. No sé si las palabras de García-Legaz constituyen un valioso ejercicio de sinceridad o uno de extrema locura; o ambas cosas. Mientras, Sor María dice que ella, desde luego, no ha sido, como Monti. Qué singular resulta observar a una monja ante un juez, en condición de imputada, y encima negándose a declarar. Bueno, la Iglesia y sus siervos, los que la sostienen, nunca han sido muy de dejarse avasallar por la legalidad.
Así andan, claro, de prepotentes en algunas ocasiones, secuestren o no a los recién nacidos. Ojalá, esta vez, el deseo navideño de nuestro fracturado Rey se cumpla en esta fría primavera y seamos todos, efectivamente, iguales ante la Ley.
Somos un país (más) pobre, como dice Eduardo Mendoza, aunque me resisto a admitir que también somos cutres, como asegura el escritor. Pero como esto siga así, con los marcadores económicos augurando más cercana -bum bum, bum bum- la debacle que soñamos con evitar, con nuestro Rey cazando elefantes mientras seguimos hechos unos zorros y con nuestro presidente queriendo convertirse en el John Wayne de la Moncloa, igual hay que irse a Pernambuco. Bueno, mejor no, que si tienes mala suerte acabas en un sandwich.

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