martes, 17 de abril de 2012

La película de la semana. La senda de los elefantes. William Dieterle. 1954.



Es una de las películas favoritas de mi infancia, me ha venido a la mente en esta semana, curioso, era de las películas que ponían en las vacaciones de navidad en Especial vacaciones, en aquellos lejanos tiempos de mi infancia la televisión terminaba después de comer y volvía a comenzar como a las siete de la tarde, eso recuerdo, yo, y había Carta de ajuste, ¿os acordáis?, bueno, pues en navidades, con motivo de las vacaciones escolares, a los niños nos ponían películas y no cortaban la programación por la tarde, aún recuerdo la melodía que anunciaba Especial vacaciones, taraninonino taraninonino taraninininono, preciosa, sonaba de fondo mientras en pantalla se veía un cartón que ponía eso, Especial vacaciones, aquélla era una televisión simple y muy buena, no como ahora que es complicada y malísima, en fin, cualquier tiempo pasado fue mejor, está claro, al menos para mí.
Pero no es que cualquier tiempo pasado fuera mejor, es que realmente fue mejor, y si no basta con volver la vista atrás y contemplar la semana pasada.
Volviendo al tema, la pobre Liz Taylor se casa con un terrateniente de Ceylán que conoce en una librería de Londres, muy romántico, y se va a vivir a Ceylán, lógico, hasta aquí todo bien, pero el marido no la había informado de que la casa, futuro nido de amor de la pareja, estaba construida sobre la senda de los elefantes, casi nada, por lo visto son animales muy testarudos según la película, y siempre quieren volver por la senda y destruir la casa, cosa que al final hacen en una escena que parece como una venganza premonitoria de la noticia estrella de la semana pasada en este país llamado España.
Pobre Liz!
Triste y sola, triste y llorosa, primero, y en estado de pánico y de shock después con los elefantes entrando hasta su tocador, se queda la pobre Liz.
Entretanto medio se enamora de un amigo del marido que "la comprende" mejor que el marido.
A destacar la figura del mayordomo, todo un personaje, y el romanticismo de una Liz Taylor como de porcelana, frágil, delicada, bella, femenina, poética.
Frente a ella la rudeza de un mundo cruel, el de los hombres, encabezados por su marido, que se enfrenta a la naturaleza por capricho, soberbia, simpleza.
El hombre siempre tan insensible con las otras criaturas que pueblan la tierra, con la naturaleza, con el hábitat, tan irrespetuoso con la vida, bueno, el hombre en general no, algunos hombres en particular, o como quiera denominárseles...

el paseante

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