Remember
Ibiza…
Los
recuerdos son como un hilo que nos guía a través de un laberinto, podemos
internarnos tanto como queramos pero para regresar indemnes debemos tener
cuidado en que el hilo no se rompa, el hilo sería nuestro discurrir mental y el
laberinto nuestro subconsciente, si el hilo se rompiera nos costaría volver a salir
a la luz del momento presente y podríamos quedar atrapados en la oscuridad del
laberinto, la luz que ilumina esos pasillos es débil como la de una vela
temblorosa, a veces parece un sol, a veces se apaga, precisamente esos
recuerdos tan vívidos a veces, tan imprecisos otras, tan reconstruidos casi
siempre por la idea de lo que creemos fue, no de lo que fue, son el poso que la
vida nos ha ido dejando en nuestro discurrir por el mundo.
Ibiza es poco más que eso, una reconstrucción, como un juego del Lego, un castillo, qué tiene ese recuerdo de realidad y qué tiene de ficción o recreación es imposible discernirlo, recordar es como ser director de cine, la cámara y el foco van centrándose en escenas del pasado cuyos pormenores recordamos o inventamos, recomponemos con todo eso una amalgama que es la película de nuestra vida, vista desde fuera si nos la contaran nos parecería seguramente que no tiene nada que ver con nosotros, quitándole la parte subliminal que es nuestra aquello podría ser la vida de cualquiera, y aquellos veraneos míos de entonces el veraneo de cualquiera de los miles de veraneantes que recalaban en la isla cada verano, Ibiza es para mí como Balbec para Proust, leyendo la escena en la que por primera vez llega a la habitación del hotel me sentí tal cual la primera vez que llegué a la habitación de mi hotel de Ibiza.
Me gustaría llegar a discernir si hay algún olor o sabor que asocie a la isla, tal vez el olor a mar de la escollera del puerto cuando por las tardes iba a ver zarpar los grandes barcos de pasajeros que regresaban a la península, y sabores seguramente el sabor de un ron dulce muy fuerte que sólo encontraba allí, en un colmado cercano al hotel, la Amazona se llamaba, aún guardo una botella ya vacía, llevaba en la etiqueta el dibujo de una amazona, de alta graduación alcohólica me servía para inspirarme en mis noches solitarias mirando la luna llena caer sobre el mar desde la terraza del hotel mientras en la lejanía se veía pasar en línea recta la última barca del día a Formentera con sus bombillitas iluminadas que avanzaba obstinada como una hormiga que regresa presurosa a su casa cuando ya no hay luz buscando refugio.
Seguramente la visión más poderosa de aquellos veranos sea ésa, el inmenso globo de intensa luz amarilla que caía lentamente desde lo alto hasta tocar la línea del mar y desaparecer tras él en su oscuridad inundando el mar de un brillo plateado lleno de destellos, mientras contemplaba aquel espectáculo y saboreaba mi copita de ron llamada por teléfono a Madrid y volvía así a conectar con el mundo real, algo que no deseaba hacer demasiado pero que sin embargo debía hacer.
Pulsión entre el deber y el deseo que al menos en Ibiza se veía demorada hasta ese momento de la noche y que durante el resto del día no existía en absoluto.
El paseante
Ibiza es poco más que eso, una reconstrucción, como un juego del Lego, un castillo, qué tiene ese recuerdo de realidad y qué tiene de ficción o recreación es imposible discernirlo, recordar es como ser director de cine, la cámara y el foco van centrándose en escenas del pasado cuyos pormenores recordamos o inventamos, recomponemos con todo eso una amalgama que es la película de nuestra vida, vista desde fuera si nos la contaran nos parecería seguramente que no tiene nada que ver con nosotros, quitándole la parte subliminal que es nuestra aquello podría ser la vida de cualquiera, y aquellos veraneos míos de entonces el veraneo de cualquiera de los miles de veraneantes que recalaban en la isla cada verano, Ibiza es para mí como Balbec para Proust, leyendo la escena en la que por primera vez llega a la habitación del hotel me sentí tal cual la primera vez que llegué a la habitación de mi hotel de Ibiza.
Me gustaría llegar a discernir si hay algún olor o sabor que asocie a la isla, tal vez el olor a mar de la escollera del puerto cuando por las tardes iba a ver zarpar los grandes barcos de pasajeros que regresaban a la península, y sabores seguramente el sabor de un ron dulce muy fuerte que sólo encontraba allí, en un colmado cercano al hotel, la Amazona se llamaba, aún guardo una botella ya vacía, llevaba en la etiqueta el dibujo de una amazona, de alta graduación alcohólica me servía para inspirarme en mis noches solitarias mirando la luna llena caer sobre el mar desde la terraza del hotel mientras en la lejanía se veía pasar en línea recta la última barca del día a Formentera con sus bombillitas iluminadas que avanzaba obstinada como una hormiga que regresa presurosa a su casa cuando ya no hay luz buscando refugio.
Seguramente la visión más poderosa de aquellos veranos sea ésa, el inmenso globo de intensa luz amarilla que caía lentamente desde lo alto hasta tocar la línea del mar y desaparecer tras él en su oscuridad inundando el mar de un brillo plateado lleno de destellos, mientras contemplaba aquel espectáculo y saboreaba mi copita de ron llamada por teléfono a Madrid y volvía así a conectar con el mundo real, algo que no deseaba hacer demasiado pero que sin embargo debía hacer.
Pulsión entre el deber y el deseo que al menos en Ibiza se veía demorada hasta ese momento de la noche y que durante el resto del día no existía en absoluto.
El paseante
(continuará)
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