Peeeepe, qué camisa más bonita, cuándo me la vas a regalar?, Patro si no te sirve, te queda estrecha, tú no te preocupes por eso Pepe que yo me la echo unas tablas, bueno Patro ya te la daré, siempre me dices lo mismo Pepe y nunca me la das...
Aún resuena en mi memoria la voz de Patro como si hubiera sido ayer.
Y Patro se quedó sin la camisa porque no volví.
Volver era mi mayor obsesión, por no perder la sombrilla que me guardaban en el hotel, la tenía mucho cariño, era de lunares, ya lo he dicho, allí se quedó la pobre sombrilla, qué pena.
Se quedó también mi juventud, definitivamente perdida a las puertas de la discoteca Amnesia una noche de verano, qué pena.
Todo son pérdidas...
Lo peor perder a Patro, sin duda, su nobleza y lealtad, su entrega, su cariño.
Y eso que Patro tenía un carácter muy fuerte, había luchado mucho en la vida para abrirse camino, por eso nadie se atrevía con ella, era dura, pero conmigo un cielo, dos almas gemelas.
Pobre Patro, pobre yo, pobre camisa, pobre sombrilla, pobre juventud.
Y pobre Playa a la que no volví.
El camino a la playa era mágico, esto no lo he contado antes...
A kind of
magic, que diría Freddie Mercury, no me siento muy capaz de rememorar el camino
a la playa debidamente, los caminos a veces son muy reveladores, que se lo
digan si no a Proust y su Por el camino de Swann, aquel camino fue mi camino de
Swann, yo era parecido a Swann, compartía con él su estilo de vida, su estilo
personal, de ahí mi sensibilidad para dar un valor muy especial a aquel camino
en el que en ocasiones me perdía, aun siguiéndolo todas las mañanas, tan
engañoso era, parecía fácil pero en ocasiones me despistaba, dudaba y me iba en
la dirección incorrecta, me daba miedo perderme totalmente, entonces, ya pedido
totalmente me dirigía hacia dónde yo pensaba que estaba el mar para luego,
siguiendo la costa, llegar a mi playa, daba muchas vueltas y me culpabilizaba
de mi torpeza, de mi despiste, de mi negligencia o falta de cuidado, otras
veces creía haberme vuelto a perder y sin embargo llegaba de manera sorpresiva
a la playa directamente, mi falta de percepción acertada hacía que estando en
el buen camino me creyera perdido y, también, que estando perdido me creyera en
el buen camino.
El camino
discurría por un pinar lleno especies vegetales autóctonas no vistas por mí
nunca antes, tenía algo de pictórico, la luz tamizada por los árboles caía como
en un cuadro impresionista sobre el camino, sobre mí que llevaba un sombrero de
paja para protegerme del sol, cargando mi mochila y mi sombrilla de lunares.
Si llegaba
bien y no me perdía, justo antes de entrar en la playa por un recóndito
pasadizo entre vegetación, veía desde un altozano toda la perspectiva de la
ensenada, a mi derecha la playa, a mi izquierda las salinas y las montañas, en
ese punto me paraba y respiraba hondo, soltaba después un suspiro, tanta
belleza, tanta luz, tanto color, aquella perspectiva parecía un cuadro, una
marina, de lo acabada y pura que se veía, en ese mismo punto me paraba cuando
regresaba después de pasar el día en la playa, me volvía a mirar, y comprobaba
el efecto de la luz de la tarde por contraste con la luz de la mañana, el
último día de playa antes de regresar a Madrid esa última parada tenía un
significado especial, miraba ya nostálgico esa vista que hasta el siguiente
verano no volvería a ver y pensaba si volvería a verla o ya no, se me encogía
el corazón, soltaba otro suspiro y seguía mi camino sin volver de nuevo la
vista atrás con el alma entristecida por el incierto futuro, y así pasó el
último año que fui, no volví más, yo presentía año tras año que llegaría en
algún momento ese final, todo se acaba en la vida, nada es perpetuo salvo el
paisaje que por ahora permanecerá allí inalterado supongo, esperando por
siempre mi paso de nuevo algún día, vuelva o no ya jamás, suena fatal decir
jamás pero es posible que así sea, no lo sé.
El paseante
(continuará)
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