Paaaatro!,
dime Pepe, no hay más paella?, ahora mismo le digo al cocinero que haga otra
para ti Pepe, no te preocupes que para eso tienes a la Patro, siéntate aquí
conmigo que las otras son unas brujas, la única buena soy yo.
La Patro me
cuidada, daba cariño, miraba por mí, las otras camareras competían entre ellas,
se tenían envidia, el último día del último viaje a Ibiza sólo pude despedirme
de ella, el resto estaban todas regañadas y ni me miraron a la cara, aquello
degeneró en una suerte de luchas intestinas, es que las mujeres somos muy malas
Pepe, decía Patro, mira lo bien que estás tú solo, a tu aire, yo si vuelvo a
nacer quiero ser hombre, decía Patro.
Pero lo
cierto es que durante muchos años cuando llegaba al hotel se formaba un
verdadero revuelo, ha llegado Pepe!, yo no hacía nada especial para ser tan
popular, ya entonces era el mismo más o menos, pesado, maniático, obsesivo,
simpático, bromista, cortés, caballeroso, piropeador, charlatán, escuchador, una
especie de Arturo Fernández con menos años, y, sobre todo, la clave, decía muchas
tonterías, cosas absurdas, disparatadas, chocantes, imprevistas, surrealistas, eso
despertaba risas y llamaba a la caridad, entre niño y loco las camareras me
protegían, como a un hijo mimado o a un marido campechano.
Siempre soy
el mismo, no puedo cambiar por más esfuerzos que hago, o se me toma o se me
deja, produzco filias y fobias a partes iguales, encantador o aborrecible, sin
términos medios, especialmente entre las mujeres.
El hotel
sólo daba el desayuno y la cena, allí hablaba con las camareras, el resto del
día no hablaba con nadie, hacía mi peregrinación diaria a la playa, una especie
de rito iniciático que me hacía fundirme con la naturaleza y recuperar mi
esencia última que poco tenía que ver con ese Pepe que veían las camareras, el
resto del día era un místico, un anacoreta, un estilita, en mi torre de marfil,
me desnudaba de todo, nunca mejor dicho porque siempre iba a una playa nudista,
salvaje, Es Cavallet.
El recorrido
comenzaba tomando el bus cerca del hotel, atestado, una antigualla de bus los
primeros años, había que ir de pie, el bus te llevaba a Ses Salines, una
preciosidad ver las antiguas salinas romanas aún hoy en explotación rodeadas de
pinares y montañas, un paraje virgen que ahora querían destruir urbanizándolo,
un disparate, el bus te dejaba en un colmado junto a una rotonda, allí compraba
agua fresca, enfrente había un hotelito hippie de pocas habitaciones como una
fonda, recuerdo que tendían las sábanas entre los pinos y el suelo del comedor
era de tierra. Todo dentro del parque natural de Ses Salines, virgen, sin
edificios, campo, pinos, mar, oxígeno, sol.
Y a partir
de ahí empezaba mi peregrinar, como el peregrino de Paulo Coelho…
El paseante
(continuará)
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