martes, 11 de diciembre de 2018

Mis veraneos en Ibiza (5). LA PATRO (2).





Paaaatro!, dime Pepe, no hay más paella?, ahora mismo le digo al cocinero que haga otra para ti Pepe, no te preocupes que para eso tienes a la Patro, siéntate aquí conmigo que las otras son unas brujas, la única buena soy yo.
La Patro me cuidada, daba cariño, miraba por mí, las otras camareras competían entre ellas, se tenían envidia, el último día del último viaje a Ibiza sólo pude despedirme de ella, el resto estaban todas regañadas y ni me miraron a la cara, aquello degeneró en una suerte de luchas intestinas, es que las mujeres somos muy malas Pepe, decía Patro, mira lo bien que estás tú solo, a tu aire, yo si vuelvo a nacer quiero ser hombre, decía Patro.
Pero lo cierto es que durante muchos años cuando llegaba al hotel se formaba un verdadero revuelo, ha llegado Pepe!, yo no hacía nada especial para ser tan popular, ya entonces era el mismo más o menos, pesado, maniático, obsesivo, simpático, bromista, cortés, caballeroso, piropeador, charlatán, escuchador, una especie de Arturo Fernández con menos años, y, sobre todo, la clave, decía muchas tonterías, cosas absurdas, disparatadas, chocantes, imprevistas, surrealistas, eso despertaba risas y llamaba a la caridad, entre niño y loco las camareras me protegían, como a un hijo mimado o a un marido campechano.
Siempre soy el mismo, no puedo cambiar por más esfuerzos que hago, o se me toma o se me deja, produzco filias y fobias a partes iguales, encantador o aborrecible, sin términos medios, especialmente entre las mujeres.
El hotel sólo daba el desayuno y la cena, allí hablaba con las camareras, el resto del día no hablaba con nadie, hacía mi peregrinación diaria a la playa, una especie de rito iniciático que me hacía fundirme con la naturaleza y recuperar mi esencia última que poco tenía que ver con ese Pepe que veían las camareras, el resto del día era un místico, un anacoreta, un estilita, en mi torre de marfil, me desnudaba de todo, nunca mejor dicho porque siempre iba a una playa nudista, salvaje, Es Cavallet.
El recorrido comenzaba tomando el bus cerca del hotel, atestado, una antigualla de bus los primeros años, había que ir de pie, el bus te llevaba a Ses Salines, una preciosidad ver las antiguas salinas romanas aún hoy en explotación rodeadas de pinares y montañas, un paraje virgen que ahora querían destruir urbanizándolo, un disparate, el bus te dejaba en un colmado junto a una rotonda, allí compraba agua fresca, enfrente había un hotelito hippie de pocas habitaciones como una fonda, recuerdo que tendían las sábanas entre los pinos y el suelo del comedor era de tierra. Todo dentro del parque natural de Ses Salines, virgen, sin edificios, campo, pinos, mar, oxígeno, sol.
Y a partir de ahí empezaba mi peregrinar, como el peregrino de Paulo Coelho…

El paseante
(continuará)


No hay comentarios:

Publicar un comentario