viernes, 13 de junio de 2014

Tánger en el recuerdo.




Como por arte de magia han aparecido tus últimas entradas del blog, por la tarde, de repente cuando menos lo esperaba.
Yo recién salido de la piscina, la azul marino, la otra piscina es blanca.
Y cuando he leído tus aventuras del mecánico, inmediatamente me han despertado recuerdos aletargados.
A mí tampoco me gusta visitar al mecánico, salvo excepciones.
Antes de terminar la semana Bowles, y conectando con tu visita al mecánico, me viene el estupendo recuerdo de Tánger. No del Tánger habitual que describen las guías, el de mi Tánger, en árabe Tanja.
Siempre que paso por esa ciudad tan fronteriza, con su inseparable España al otro lado del mar, visito a las personas más queridas desde hace más de una década, casi dos décadas ya. Cada vez que llego, siempre por sorpresa, innumerables abrazos me esperan, tan sinceros, tan emotivos, y tan llenos de grasa a la vez. Grasa de mecánicos, conductores de camiones, autobuses, y el guardián del parking, que me recibe con el mejor y más cariñoso de los abrazos. Cuando llego es toda una revolución. Todos dejan sus obligaciones, me tengo que sentar inmediatamente con todos, siempre alguno nuevo que no quiere perderse semejante recibimiento. Todos preguntándome por mi salud, la familia, y por supuesto por el Barsa. Toda la celebración se lleva a cabo en la pequeña garita del guardián del parking repleto de camiones y autobuses locales. En seguida me preparan un asiento en un banco de madera cubierto por mantas viejas como las del ejército, de esas que aguantan todo tipo de manchas. Me colocan como si de un trono se tratara y de inmediato comienzan a preparar las primeras pipas de kif. Una detrás de otra.
La comunicación es complicada pues del árabe no se mueven, pero las sonrisas y las miradas suplen el lenguaje. Son unas horas de tremenda felicidad compartida. Allí suelo pasar la noche, en mi autocaravana, mi fortaleza ambulante. Me obsequian con todo lo que tienen a su alcance, no paran de preparar té a la menta, me traen algún croissant recién hecho en los locales próximos porque saben que me encantan. Y pipa tras pipa, sin parar, cada vez nos centramos más en disfrutar de la compañía.
Cuando digo que ya me tengo que ir a dormir, todos se entristecen, ya?, tan pronto?
Y siempre pienso que Paul Bowles es como un aprendiz de mis experiencias en Marruecos.
Durante más de diez años les he venido preguntando si sabían dónde estaba la casa de Paul Bowles, les indicaba el nombre del edificio y me decían todos, sí sí, mañana te llevamos hasta su casa, pero ni sabían donde era, ni jamás habían oído hablar de ese americano escritor.
Qué ganas tengo de visitarles de nuevo!!! Te atreverás algún día JR a mancharte de grasa de mecánicos a cambio de unos momentos tan felices?

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