miércoles, 11 de junio de 2014

Las aventuras de Pumby (6). La clase de literatura.




Las aventuras de Pumby (6). Diario de un niño franquista. La clase de literatura.

La primera vez que el profesor de literatura me preguntó siendo niño qué había querido decir un poeta en un poema yo le contesté, bueno, mejor dicho, el yo que yo era entonces le contestó: pues el poeta ha querido decir con el poema lo que ha dicho, aquello se tomó como un acto de desacato intolerable y fui expulsado de la clase.

Carballo era entonces ya un poeta, un poeta encapsulado, un poeta en potencia, un poeta en esencia o concentrado, como el café Nespresso, algo que habría de dar fruto con el tiempo, como una semilla aún que habría de dar flor en el mañana incierto, tuvieron que pasar los años hasta que en la adolescencia escribí mis primeros poemas, luego hubo un largo paréntesis en que sólo me dediqué a la pintura, y en ocasiones llevaba también un diario donde me confesaba a mí mismo mi vida y eso me calmaba, tenía un efecto sedante sobre mis incipientes ansiedades y fantasmas hoy aún más grandes y poderosos, entretanto estuvieron las redacciones semanales en el colegio, en la clase de literatura, me daba vergüenza ser semana tras semana el número 1 en redacción, siempre me tocaba salir a leerla entre los encendidos halagos del profesor, mi primer seguidor fervoroso.

Un poema es un poema, y en él el poeta ha querido decir lo que ha dicho, quién puede explicar la Ilíada, la Odisea, la Eneida, quién puede explicar nada, para eso estaba ya el que lo escribió, me agotan, me aburren, las explicaciones, me parecen irrelevantes, pobres, absurdas, pretenciosas, y, lo que es peor, equivocadas, le privan a uno del placer de la lectura, de su espontánea luminosidad, la del texto en sí quiero decir, de su prístina belleza perecedera e inagotable a la vez, perecedera en su lectura, inagotable en su remembranza, tal vez sea esta la mejor definición para mí de lo que es la poesía, algo que sólo se puede conocer una vez porque la segunda vez ya no vuelve uno a sentir lo mismo, el poema queda en uno como un espermatozoide que fecunda el óvulo de nuestra imaginación.

Esto era lo último que podría haberle dicho al profesor de literatura que me preguntaba por el significado de un poema, hubiera sido constitutivo de escándalo público, o tal vez se hubiera pensado que estábamos en clase de ciencias naturales, en cualquier caso aquí estoy después de más de 40 años dando el callo, fecundando óvulos a diario, con la imaginación.

El paseante.

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