lunes, 23 de junio de 2014

El sueño eterno (Un asesino en las calles 14).




14 - El sueño eterno

Carballo notó un fuerte olor a perfume barato en el apartamento, una presencia, todo estaba oscuro, completamente oscuro, fue hasta el cuadro de luces a tientas y lo conectó, volvió sobre sus pasos y dio al interruptor del vestíbulo, la débil luz apenas iluminaba el resto del apartamento dejándolo en la sombra, sigilosamente cruzó el salón medio a oscuras y comenzó a subir la persiana que chirriaba de manera endemoniada, la luz del sol comenzó a colarse por entre las rendijas a medida que Carballo subía lentamente la persiana debido a su gran peso, cuando hubo luz suficiente Carballo se volvió y miró hacia el salón, un escalofrío recorrió su espalda y todo su cuerpo quedó paralizado, en estado de shock, no podía creer lo que veía, le parecía una brujería, una alucinación, un prodigo paranormal, parpadeó varias veces por comprobar si veía en realidad lo que estaba viendo, si era cierta aquella visión, si su sentido de la vista no le estaba engañando, pero allí seguía aquello, tumbado en el sofá, tendido boca arriba, con las manos cruzadas sobre el pecho, lívido, estaba el cadáver de Bruttini, vestido con el smoking que llevó a la Ópera de Vancouver la última noche que estuvieron juntos, es decir, ayer.
Carballo no podía más, no sabía bien qué hacer, la puerta del descansillo de la escalera aún estaba abierta, era incapaz de moverse, se había apoderado de él un pánico tan intenso y profundo que era absolutamente incapaz de moverse, el terror le tenía paralizado, le temblaban las piernas, tenía la boca seca y un terrible nudo de dolor en el estómago que se comprimía en espasmos rítmicos a intervalos regulares como el tictac del reloj de pared de la esquina del salón, tic tac tic tac tic tac, creyó que la cabeza le iba a estallar, le pareció perder el conocimiento durante unos momentos y se sentó, sin ser consciente de que se sentaba en una silla que tenía justo detrás, a tientas de nuevo tanteó para arrimarse a la silla porque aunque el salón estaba ya iluminado por la luz de la ventana él no veía nada, todo era borroso, volvió a intentar mirar hacia el sofá, parpadeó con fuerza tratando de borrar tal alucinación de su vista pero era inútil, allí seguía Bruttini, mejor dicho el cadáver de Bruttini amortajado con el smoking que compraron juntos en Vancouver hace tan solo un día para ir a la Ópera.
Carballo creía estar soñando, pensó que todo aquello no era sino una pesadilla pero no, no se despertaba del sueño, aquello era real, no cabía duda, poco a poco, lentamente, fue recuperando el control sobre sí mismo, se levantó tambaleándose, procurando no pasar cerca del cadáver ni mirarlo y se fue al baño, se refrescó con agua fría y rompió a llorar estruendosamente, no sólo por la situación y el trauma que suponía sino por la muerte de su mejor amigo y confidente, de su camarada más fiel, de su alma gemela, de ese muchacho que lleno de ilusiones había arriesgado tantas veces la vida por ayudarle, Carballo creyó que igualmente él iba a morir en ese momento y se encomendó a Dios, encomendó su alma y la de Bruttini a Dios y se puso en sus manos.
Entonces se produjo un gran silencio, fue como si el rumor del tráfico de la Gran Vía se dejase de oír en el apartamento, y después de ese silencio se oyó un débil, imperceptible apenas, fino silbido, todo volvió a estar en silencio durante un breve intervalo y el silbido se repitió algo más fuerte, así una y otra vez hasta que el silbido fue más intenso, Carballo ya no sabía ni qué pensar ni qué hacer, se levantó como pudo del suelo donde había caído desmadejado y apoyado en el quicio de la puerta del baño siguió escuchando, el silbido iba en aumento, pensó que se trataría de algún ruido procedente de la calle, pero era demasiado regular, demasiado igual, con un crescendo demasiado firme, no parecía algo mecánico sino una especie de instrumento musical, como una especie de flauta, Carballo se sentía morir, pensaba si estaría ya muerto y aquel silbido no sería sino una trompeta celestial que le estaba llamando a las puertas del cielo…
 
(continuará)


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