Comprar en Primark es una experiencia diferente, cercana a la diversión y el espectáculo, embriagadora.
La moda
femenina, nunca como ahora de accesible y variada, y bonita, en hombre también
pasa aunque siendo más limitadas las posibilidades cada vez se amplía más,
llama la atención la diferencia de espacio dedicado a una y otra en grandes
almacenes como Primark, tres plantas para féminas, una planta para caballeros,
más bien para jóvenes porque Primark tiene ropa muy juvenil, siguiendo la tendencia
que se ha impuesto que todos vistamos jóvenes aunque ya no lo seamos, siempre
rejuvenece, difícil vestir ahora de viejo, no se encuentra ropa.
Si fuera
mujer no sabría qué ponerme, siendo hombre ya me resulta difícil por la
variedad que hay, así que enfrentarme a tres plantas de ropa y complementos femeninos
del tamaño de las de Primark sería demasiado, perdería la cabeza.
Primark de
por sí tiene algo adictivo, me refiero al de Gran Vía, es como entrar en un
casino, no puedes dejar de gastar, entre lo barato que es todo y lo atrayente
que es, además la luz es favorecedora, te pruebas algo, te miras en el espejo y
a la caja directamente como si te lo fueran a quitar, por otro lado si te gusta
alguna prenda y no te la llevas en el momento al día siguiente puede ser que
no haya ya ninguna por muchas que hubiera, prácticamente se renueva todo
diariamente y no repiten prendas, es el éxito que tiene, eso y que innovan,
siguen tendencias más que en otros lugares, y los precios imbatibles, la relación
calidad-precio tampoco está tan mal.
Pero crea
adicción, yo estoy tratando de rehabilitarme de las compras compulsivas, como
soy muy ganguero me encanta comprar de saldo, cosas que me gusten, no tanto por
la necesidad sino por el placer estético y el buen precio.
Lo mejor es
ir, mirar y no comprar, hace poco tuve una experiencia curiosa desde el punto
de vista psicológico, me compré en Primark una serie de prendas que no
necesitaba, al llegar a casa comprobé que me venían justas de talla, las
devolví, me ingresaron el dinero en la cuenta y curiosamente fui incapaz de
volver a comprármelas en mi talla como era mi pretensión inicial, me dio pereza
repetir la experiencia, simplemente ya la había vivido y no me atraía porque
hubiera resultado algo rutinario, poco o nada motivador, sin adrenalina, lo que
sucedió es que salí del establecimiento sin ellas y sentí una especie de
liberación según bajaba la escalera mecánica, al poner el pie en la Gran Vía me
sentía satisfecho conmigo mismo, había roto el maleficio, o más bien había sido
consciente del verdadero motivo de esas compras, no era na necesidad sino el
aburrimiento.
Pero eso no
significa que no vaya a tener recaídas, llega uno a una edad en que ya no se
consigue nada más que comprando y eso llena un cierto vacío, si bien tampoco te
llena porque es una espiral imparable, como toda adicción, cada vez necesitas
más.
Una antigua
amiga mía se arruinó por su adicción a las compras pero ella no era una
ganguera como yo, compraba abrigos de piel y joyas, cachivaches caros, depende
del tipo de droga y de tus posibilidades, la moda se ha convertido ahora en una
droga barata, el nuevo opio del pueblo que diría Marx.
El paseante
ludópata
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