Creo que de
las cosas que más huella me han dejado está el mediterráneo, algo hay de
reconocimiento ancestral, genético, supongo, a saber las mil sangres que se
juntan en mí, todas esas colonizaciones de culturas mediterráneas, yo huelo el
mediterráneo hasta bien adentro de la península, lo respiro, y si subo a una
cumbre de montaña por alejada que esté me parece ver el mar a lo lejos,
desdibujado en la línea del cielo, imaginado por mí, irreal, aunque realmente
allá a lo lejos esté pero no se alcance a ver, lo veo con los ojos de la
imaginación, ningún mar como el mediterráneo me toca el corazón, es mi mar sin
duda, en él me siento en mi casa.
Por eso me
gustan tanto sus islas, porque en ellas estoy rodeado de mar y siento como su
abrazo poderoso y me pongo a imaginar historias que con él tienen que ver, y
pienso en Grecia, en Roma, en los fenicios, qué sé yo en lo que pienso, pienso
sin pensar como si un conocimiento inmanente
que no sé formular en palabras surgiera de las profundidades de mí y se
hermanara con el mar, y entonces me siento bien, como en casa.
Me alimenta
ese mar, me nutre a un nivel muy profundo, como si me meciera la sola idea de
su presencia, me acunara, y su húmeda cercanía me reconfortara.
Ibiza es el
paradigma de lo que digo, más que otras islas quizás por su falta de
consistencia, me explico, es como una nada en medio de la nada, un lugar vacío,
sin historia, sin futuro, cada cual la llena de sí mismo, y todo eso en mitad
del mar, te enfrenta a lo natural, lo eterno, al margen de todo progreso, de toda
referencia histórica, Ibiza es un espacio en blanco en el cual puedes escribir
o reescribir tu historia como si volvieras a nacer, por eso ha atraído desde
siempre a tanta gente, por su disponibilidad, neutralidad, indiferencia, es un
lugar exento de valoraciones, precedentes, limitaciones, que se deja colonizar,
influenciar, invadir, en la certeza de que todos pasaremos sobre ella y ella
permanecerá incólume, inacabable y que será como un imán siempre, no hay nada
como lo que se deja poseer a sabiendas de que nunca lo poseerás finalmente
porque en esa fugacidad se obtiene la felicidad momentánea del placer sin compromiso,
obligaciones o límites, del cual hay que aprovecharse porque no podremos
retenerlo, paradigma de cualquier vida
que nos enseña a vivir.
Ésa es la
clave, Ibiza me enseñó a vivir.
El paseante
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