Quiero compartir en esta ocasión una entrevista que Fracesc Arroyo hizo a Rüdiger Safranski en el periódico "El país". La comparto porque hay una parte (la cual he resaltado en azul) que es la que me ha impresionado. Esa parte en la que habla de Schiller. Esta entrevista ha hecho que me intrigue este personaje y estoy seguro de que algún día le conoceré, o al menos eso espero.
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Rüdiger Safranski (Alemania, 1945) es autor de importantes biografías, de esas que aspiran a lo definitivo, de Heidegger, Nietzsche, Schopenhauer y Schiller, además de varios ensayos filosóficos. Mientras trabaja en un tratado sobre Goethe, publica Goethe y Schiller. Historia de una amistad (Tusquets), donde repasa las relaciones fructíferas entre ambos escritores. Recaló en Barcelona para presentar el texto y hablar sobre la percepción del tiempo.
Pregunta. Señala usted que Goethe y Schiller fueron dos personajes tan distintos que eso fue lo que les permitió entenderse.
Respuesta. Lo opuesto se atrae, pero además estas posiciones contrapuestas coincidían en lo más alto. Schiller es un idealista que piensa a partir de la conciencia. Quiere llevar la conciencia a la naturaleza. Goethe era amigo de la naturaleza. Schiller luchaba contra ella, incluida la suya, por su enfermedad. Pretendía sacar el máximo posible de su cuerpo enfermo mediante la mente. Tras su muerte, los médicos le hicieron una disección y vieron que todo estaba mal. Uno de ellos afirmó que Schiller debería haber fallecido 10 años antes. Esos 10 años de más son el fruto de su idealismo.
P. Ambos creen que el escritor debe educar al público y no someterse a él. ¿Qué pasa hoy?
R. En el apogeo de su fama, Goethe y Schiller creen que son ellos quienes educan y moldean al público. La literatura y la filosofía eran entonces un modelo para la sociedad. Hablamos de la época clásica, en torno a 1800, cuando los creadores tenían un gran prestigio. Hoy, ni la literatura ni la filosofía tienen ese prestigio. Literatura y filosofía son hoy muy oportunistas. Se dan dos situaciones muy opuestas: la de los que por oportunismo se venden al público y la de quienes se encierran en su nicho para resistir contra viento y marea a las tendencias dominantes. Es decir, oscilamos entre el oportunismo y el extremismo estético.
P. Schiller anota que en épocas de crisis abundan los trepadores. ¿Sigue valiendo?
R. Desde el punto de vista de la cultura popular, el último líder fue John Kennedy. Desde entonces no ha habido ningún otro político que haya provocado sentimientos en el mundo de la cultura. Pero Schiller hablaba de Napoleón, cuya figura provocó fascinación. Redibujó el mapa político de Europa. Unos lo odiaron y otros lo adoraron, pero sus transformaciones no dejaron a nadie indiferente. Dejó claro que no es la política lo que influye en la cultura, sino que son las fantasías que crea las que mueven la cultura. Goethe se vio con Napoleón en 1808. Fue un encuentro entre dos artistas.
P. Goethe y Schiller se preguntaron para qué sirve el arte.
R. La respuesta para Goethe y Schiller es que el arte es un fin en sí mismo. Es como el amor, puede servir a la reproducción, pero es un fin en sí mismo. Hoy la respuesta es mucho más banal. ¿Para qué el arte, para qué la cultura? Están asociadas a beneficios. Un ejemplo: La pasión según san Mateo, de Bach, se estrenó en Lepizig. Hoy, cada vez que se interpreta, hay que buscar dinero para los músicos, el coro... Cuando se habla con patrocinadores, la primera pregunta que hacen es para qué servirá eso. La respuesta del Ayuntamiento de Leipizg es que gracias a estas interpretaciones se promociona la ciudad como centro de negocios. Si Bach oyera eso se revolvería en la tumba. El propio Goethe se consideraba un escritor ocasional. Cuando terminó Fausto lo ató con una cinta y señaló que había que esperar para editarlo a que el público estuviera maduro. Llegó a ser ministro y, como tal, se sabía sirviente de su señor, pero como artista no estaba al servicio del público. Creía que solo debía servirse a sí mismo y al ideal del arte.
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