Aquella
mañana tenía una luz hermosísima, un olor delicioso a romero y tierra mojada, Bob
se había acicalado cuidadosamente, su perturbadora imagen resultaba excitante y
muy alejada de la estética convencional habitual en un hombre de mediana edad.
Parecía que miraba a todo el mundo aún sin mirar a nadie, por donde pasaba no
dejaba indiferente con su enigmático y misterioso aspecto, como si no
perteneciera a ese mundo que se despertaba una mañana más en la bella campiña
toscana.
Pese a su edad aún conservaba un atractivo irresistible, medio calvo, medio bizco, medio encorvado, flaco y alto, esbelto y elegante, de caminar pausado como si flotara sin apoyarse más que ligeramente en el suelo para tomar un suave impulso. Arrolladoramente atractivo, magnético.
Pese a su edad aún conservaba un atractivo irresistible, medio calvo, medio bizco, medio encorvado, flaco y alto, esbelto y elegante, de caminar pausado como si flotara sin apoyarse más que ligeramente en el suelo para tomar un suave impulso. Arrolladoramente atractivo, magnético.
Bob no estaba ya para tonterías, para sensualidades, encuentros, fantasías, hacía tiempo que vivía apegado a la realidad, a su realidad, a su radical soledad que soplaba sobre él como un viento constante, tozudo, que no le abandonaba nunca y le iba despojando de todas las veleidades de su juventud, reduciéndole a su esencia, a su verdad, aquella que heredó al nacer de algo que le precedía que no sabe bien que era pero que sabe existió y a la cual volvía día tras día, reencontrándose con el que de verdad fue y será por encima de toda contingencia.
Así era Bob, callado, meditativo, contemplativo, creativo, hacía sentir bien a la gente sin proponérselo porque veían en él a alguien auténtico. Antes de actuar pensaba siempre en si el otro se sentiría mal. Como él decía: "El ser humano nace acabado, y se pierde en la vida sin volverse a hallar nunca". Para Bob conocerse y respetarse era una forma de completarse: Pero nunca pensó que había llegado al final, nunca pensó que lo tenía al lado, se dio cuenta con el tiempo que había encontrado la historia de su vida, su razón de ser en sí mismo, todo un descubrimiento.
Claro que fue una búsqueda larga, casi eterna. Se pasó la vida explorando, y seguía explorando pero sin ninguna intención concreta; era su esencia. Pues la esencia de Bob era explorar, estudiar, analizar, descubrirse en conductas y emociones nuevas. Sin ningún interés concreto, sólo con la intención de conocerse a sí mismo.
De eso se trata, de conocerse a uno mismo como la joya más perfecta de toda la creación. Esa era la esencia de Bob. No había cosa que a Bob le molestara más que quedarse con la duda. Decía que la duda es el principio del conocimiento, pero la duda resuelta no la duda permanente en la que vivía el resto de la humanidad
La inmersión en el mundo, en aquel mundo rodeado de grandilocuencia inútil, oxidado, con grandes espacios que sorprendían por la súbita sinrazón o el absurdo, dotaba su vida de calidez, de nostalgia, de vuelta a lo genuino. Esa mezcolanza le empapaba de una pasión sostenida, que cada vez le era más difícil de controlar.
Se contemplaba de reojo en los espejos, y una descarga eléctrica se distribuía por su cuerpo a modo de chispazo, que erizaba el vello y contraía los músculos. Notaba una gran tensión armoniosa, melódica, que le llevaba a una conjunción electrizante: La presencia de un mundo paralelo creado para él aparecía en esa realidad difusa de la fusión de su alma amándose.
Siempre pensó que si con tu persona no existía el tiempo; te habías encontrado, pues no hay nada como estar con uno mismo, donde te sientes libre, donde no hay competición, donde no tienes que demostrar nada, ni usar ninguna máscara. Bob había descubierto que ese era uno de los ingredientes fundamentales del amor.
Bob se miró en el espejo con una caída de ojos inocente, pero inundada de sabiduría. Bob que era un experto intuitivo, y se respondió con una leve sonrisa, repleta de pasión y picardía. Se seguía mirando, sólo para él, acentuando aún más el entendimiento de sí mismo, su comprensión. Toda esta liturgia creaba un clima propicio para la creación artística. Bob no era sencillo, era muy sofisticado en el arte; quizás no demasiado complejo, pero si amante de los detalles, de los preliminares: un buen olor, un gesto, un recuerdo, un detalle insinuante. En fin; en esto que él llamaba creatividad romántica, era un maestro.
Él se inclinó hacia él, mientras se contemplaba en el espejo. Era un espejo rococó. Se visualizaba toda la habitación que había detrás de él. Era un complemento perfecto para culminar aquel introito. El reflejo del espejo que se deslizaba por su mente, mientras él, involuntariamente se llenaba de su propia historia. Desde ahí arriba todo era eterno, grandioso, con el efecto dominante que te da el conocimiento y el dominio de ti mismo, mezclado con el mágico aroma de aquella sobredosis de conocimiento que estaba degustando.
Él se contempló fuertemente y se metió en sí mismo hasta el fin, fundiéndose en un apasionado abrazo como comienzo del epicúreo episodio que le esperaba. En un respiro pudo decir: "Te amo". Ya no pudo hablar más.
A él la encantaba sentirse descubierto pero protegido, abrazado, fundido con su propio cuerpo. Eso es lo que sintió en aquel momento, una fusión de su cuerpo y su alma, como si fueran una sola persona. Su propio yo era su alma gemela unida por la pasión, el amor, la admiración, la locura por sí mismo, y emitió una larga carcajada y llegó a un éxtasis como nunca lo había tenido.
Se dijo, que estaba hecho para ser él. Y que eso era amor, lo que había tenido en su vida hasta entonces era un sucedáneo que la vida le preparó, para poder reencontrarse consigo mismo.
Bob dijo: - Ahora que me he encontrado, viviré cada día para hacerme feliz, para envejecer conmigo, para estar siempre a mi lado-.
- Bob te amo, sólo a ti - añadió Bob mientras recuperaba el aliento.
Bob desde Toscana
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