Pasó igual con El burlador de Sevilla, la declamación del
texto no llevaba tampoco el ritmo preciso en este Así que pasen cinco años, y
el tono en algunos casos no era tampoco el más conveniente, el texto no es una letanía,
es algo mucho más vivo y vibrante, más variado, menos monocorde, igual
que me pasó con el burlador me tendré que comprar el texto para deleitarme con
su inagotable riqueza, su belleza, su poesía, este teatro imposible de Lorca,
igual que El público, es, para mí, la culminación de Lorca, un atrevimiento que
sólo alguien de su genio podría llegar a tener en aquellos años, si bien no ha
tenido parangón alguno posteriormente, no creo que se haya alcanzado una cota
semejante después de Lorca.
La puesta en escena poco imaginativa, pobre, los actores muy
irregulares, no muy bien elegidos, el protagonista no llena, queda muy
desdibujada, como un tanto pusilánime, desmayada, su interpretación, y su
personaje no es lastimero ni pusilánime, es más bien desesperado, recuerdo la representación que vi de
Así que pasen cinco años hace muchos años creo que en el Teatro Español y con
dirección de Miguel Narros, acababa de ver pocos años antes El público en el María Guerrero, con dirección
Lluis Pascual, y nada que ver, aquello era Lorca al 100%, esto no, queda
tratado todo con una tosquedad propia de teatro de aficionados, apropiado para
una función de fin de curso en el teatro del colegio.
El conde Arturo, sí, el conde Arturo, cuando salió el
personaje que habla del conde Arturo volví a quedar hechizado, demudado, y
recordé aquella representación de hace años, quizás es el único momento en que
esta representación tiene la misma fuerza que aquella tuvo, una pena que esa
fuerza no se mantuviera durante toda la obra, una ocasión perdida.
Lorca es color y vida, poesía, y en su teatro es además
fuerza dramática y espectáculo, y todo eso está ausente de esta versión.
El paseante
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