Madrid es esa ciudad con la que mantengo una relación
permanente de amor-odio, podías ser tan bonita, le digo, y como noto que se
pone triste rectifico, pero la verdad es que no estás nada mal, apostillo, y
entonces me sonríe y yo me siento feliz en ella, además la culpa de no ser tan
bonita como podría ser no es suya sino
de algunos de los que han ido pasando por la ciudad, pero otros, es lo cierto,
la embellecieron, lo uno por lo otro, su problema principal ha sido su
crecimiento un tanto caótico, desordenado, su virtud principal que mantiene, no
obstante, unos límites aceptables, al menos en lo que es su centro histórico,
sin perder de vista ciertos barrios periféricos, pocos, que tienen su encanto
especial. El tiempo ha ido poniendo sobre ella, sobre la ciudad, una cierta
pose de diosa, a lo diosa Cibeles, una monumentalidad, un cierto empaque, como
cierta altanería, y, por contra, en otros rincones ha ido poniendo un toque
recoleto, íntimo, como de cuarto de estar, brasero y mesa camilla, para mí
Madrid es tantas cosas, tantos recuerdos, es como el mapa sentimental de mi
vida, en cada rincón me espera un recuerdo, alguien de mi pasado que vuelve a
mí, un afán que tuve, una ilusión que perdí, un mundo ya ido pero cuyo decorado
pervive apenas transformado. También es cierto que Madrid ha mejorado mucho
últimamente, se ha recuperado el encanto del centro y las riberas históricas
del río Manzanares lucen como antaño. Pero lo que más me entusiasma de Madrid,
lo que hace que me emocione y una lágrima aparezca en mis ojos es su gente, tan
abierta, humilde, servicial, acogedora, eso es lo que hace de Madrid su
esencia, la bondad.
el paseante
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