Jota, no te enfades, por fa.
Sabía que reaccionarías así porque eres muy pasional. Has intentado herirme con
tus pullas, diciéndome que nunca me has querido de verdad, pero se te olvida
que soy una sombra intangible, que no siento como tú, que mi esencia no está
sometida a las leyes humanas terrenales y que soy capaz de colarme por una
rendija de tu cuerpo para leer tu alma. A mí no me engañas. Sé que me quieres
igual que yo a ti. No debes ofenderte sólo porque soy sincera. Cuando dije que
necesito un reajuste después de reencontrarme contigo estaba diciendo una
verdad que casi nadie reconoce, y es que cuando dos amigos se separan, aunque
sea temporalmente, esperan reaccionar al encontrarse como si el tiempo no
hubiera pasado, como si alguien le hubiera dado a la tecla de “pausa” y se
hubieran congelado las manecillas del reloj. Pero no es así. La verdad es que
el tiempo pasa para los dos, y hay que admitir que esa ausencia física implica
una distancia emocional, inevitablemente. No quiero decir que cuando uno se
despide significa que se rompa el hilo de la relación, no, sólo digo que en ese
momento la aguja que cose nuestras vidas se ha hundido en la tela para dar una
puntada larga, y vuelve a asomar a la superficie cuando nos reencontramos. En
ese intervalo el hilo sigue estando por debajo, aunque no se vea, pero hace que
el dibujo cambie ¿no?. A mí me gusta lo que estamos cosiendo entre los dos,
Jota. Con sus presencias y sus ausencias. Si a ti no te gusta, te cedo las
tijeras para que remates cuando quieras…
La sombra del paseante
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