Cuando me llevaban al museo del Prado y veía este cuadro de niño siempre pensaba lo mismo: "quiero irme a jugar".
Ese cuadro me ponía triste, el tiempo había extendido sobre él su fina pátina que todo lo va borrando, confundiendo, difuminando.
Ahora, ya restaurado, resulta algo más alegre, no mucho, sigue teniendo algo profundamente solemne, imponente, como un cierto carácter reverencial, no sé, creo que sigo queriéndome ir a jugar cuando estoy delante de él.
Y es que las cosas tan precisas, acabadas, rotundas, perfectas, sin fisuras, me inquietan, no las soporto demasiado bien, prefiero la imprecisión, la imperfección, lo inacabado, da más margen a la imaginación, y siempre me hace más feliz imaginar que ver.
Creo que Velázquez monopolizó el acto creador totalmente y no dejó nada por completar al espectador.
El arte moderno, por el contrario, hace del espectador el creador último de la obra, él es quién la completa con su interpretación. La obra de arte moderno siempre está inacabada en su interpretación.
el paseante
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