miércoles, 11 de febrero de 2015

Remember Cony… (Un asesino en las calles 102).






102 – Remember Cony…

A Carballo se le ocurrió un desenlace para el enigma de Cony, estaba ya un tanto harto de la impotencia que le producía ese caso, primero porque no le dejaron trabajar en él y le separaron de manera abrupta de la investigación y segundo porque ahora, pasado ya un tiempo, cuando se había ya olvidado del asunto, de repente resultaba que habían intentado envenenarle y un misterioso personaje surgido de la nada quería entrevistarse con él, no se sabía bien si para matarlo o para decirle algo, todo eran cábalas, pero el asunto empezaba a ser lo que vulgarmente en la policía se conoce como una mosca cojonera, al menos en el aislamiento invernal de su pueblo estaba tranquilo, lo primero que hizo al día siguiente fue ir al pueblo de al lado a comprar pienso para los perritos en el veterinario, igual que hacía con Cachemir les daría la mejor alimentación, Royal Canin, sin dudarlo, que se olvidaran del estofado de ternera y las patatas fritas, eso había sido solamente el menú de bienvenida, la carretera estaba realmente imposible y en su imprevisión no llevaba cadenas en el coche que tenía en el pueblo, un viejo Renault Supercinco que a duras penas logró arrancar con toda la nieve que tenía encima, realmente era algo temerario meterse en esa carretera llena de curvas que discurría a través del valle en paralelo al río hasta el pueblo de al lado, tuvo que ir prácticamente en primera marcha y con mucha precaución, al llegar al otro pueblo lo encontró vacío, se fue directo al veterinario que cuando Carballo entró salió de la trastienda y le miró como si se tratara de un extraterrestre, una vez comprado el pienso decidió emprender el regreso sin más dilación, la nevada volvía a arreciar, de vuelta por la carretera se cruzaron varios cervatillos jóvenes que le recordaron a Bambi, y algún pequeño zorro que le miraba asustado, para zorro yo pensó Carballo, a mí este caso no me puede vencer, yo podré con él, vaya si podré, soy el Comisario Carballo, y como por ensalmo, nada más pronunciar estas palabras sintió una gran confort consigo mismo, como si hubiera vuelto a su hogar, es decir, como si hubiera vuelto a sí mismo, y es que el pueblo para él, todos aquellos paisajes, tenían ese efecto balsámico sobre su alma, hacían que recuperara su esencia, su ser esencial volvía a él, y se sentía como cuando era niño, siempre joven y siempre feliz, es el efecto que tiene la naturaleza sobre nuestro espíritu, lo purifica, eso se decía a sí mismo Carballo, es más, si las cosas quedaban así pues mejor, es decir, si no volvía a saber nada más del moños o no intentaban de nuevo asesinarlo pues estupendo, él no pensaba ir detrás de nadie, sólo se protegería si fuera necesario, nada más, no obstante, de una forma involuntaria una cierta trama iba tomando cuerpo dentro de su cabeza, y qué trama era ésa?, pues ni él mismo lo sabía bien, pero un desenlace comenzaba a fraguar en su imaginación movido por las recientes circunstancias, de la Comisaría ni le habían llamado para interesarse por su salud, qué desinterés, pensó, pero tuvo que convenir consigo mismo que el desinterés era recíproco, al llegar a su casa les dio unos premios que había comprado en el veterinario a sus niños, como él llamaba ya a los perritos, y acarició amorosamente a Cachemir que nunca comía ese tipo de guarrerías, luego les puso el pienso en unos cuencos de cerámica de Talavera, sus niños no se merecían menos, eran ya los reyes de la casa junto con el lindo gatito, acto seguido se fue al escritorio y se puso delante de la pantalla a escribir, a escribir?, pero qué iba a escribir?, quería escribir la historia del asesinato de Cony y todo lo que había sucedido después, pero cómo se hace eso?, se preguntó, él había escrito poesía desde su juventud, recientemente había terminado su cuarto libro de poemas y ya había comenzado el quinto, y hace muchos años había escrito también una novela, Crónica de la nada, que presentó a un premio literario que no le dieron, por supuesto, también por aquella época había escrito un ensayo humorístico titulado Tipos madrileños que envió a varias editoriales y le fue devuelto con muy buenas palabras pero declinando el publicarlo “en ese momento”, siempre añadían al final de sus respuestas “en ese momento”, o también que no encajaba exactamente en la línea editorial que seguían “en ese momento”, lo de las editoriales era cuestión de momentos por lo que se veía, si Cervantes les hubiera mandado el Quijote seguro que hubieran contestado lo mismo porque estaba seguro que ni siquiera llegaban a leerse los manuscritos, pero volviendo al tema, cómo diablos se escribe una novela?, he ahí la clave, había leído muchas y sólo había escrito una pero no era una novela policíaca ni de intriga como la que ahora quería escribir, no era una novela negra de las que apasionaron a Carballo en su juventud, Hammet, Chandler, Macdonald…, todos esos escritores americanos tan brillantemente prolíficos, tan interesantes y apasionantes a la vez, y que inspiraron las mejores películas de cine negro de la época de Humprey Bogart. Allí estaba él sentado frente a la pantalla del ordenador con las manos sobre el teclado sin saber qué poner cuando de repente escribió: Brown no quería ya a Cony…, y se asustó de sí mismo o por mejor decir de la fuerza que había surgido de él o que a través de él había escrito eso, porque desde luego, no era suya sino que parecía provenir de fuera. Y se acordó de las 11 entregas sobre su relación con Cony que Brown escribió en su blog, la primera comenzaba precisamente así, Brown no quería ya a Cony…, abrió el archivo que tenía guardado y comenzó a leer:






0 -      Brown no quería ya a Cony.

Brown no quería ya a Cony, le aterraba oír esta frase en sus propios labios, el día que pudo al fin decírsela a su psicoanalista se quedó sorprendido, después de cinco años el tiempo había hecho su trabajo silencioso, al principio imperceptiblemente y luego más deprisa, se oyó decir la frase aún sin pensarla, como un acto involuntario, como si estuviera respirando, sin esfuerzo alguno, sin pena, sin alegría alguna tampoco, quizás sólo algo de tristeza, de nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue por culpa de Cony, aunque ahora Brown se alegraba de no haber llegado a nada con ella nunca, francamente no parecía alguien muy recomendable, el tipo de persona que puede olvidarse tan fácilmente de los sentimientos compartidos, de los momentos de intimidad, de las confidencias, de las esperanzas puestas en la otra persona, de la afinidad, del cariño, de la ternura, de todo se olvidó Cony apenas se separaron y después de más de cinco años mejor no volverla a ver nunca ni saber nada de ella, ni siquiera le importaba lo que hubiera sido de su vida, le era indiferente como si se tratara de alguien que pasa por la calle y ni miras siquiera al pasar.
Cony siempre fue un misterio para Brown, con frecuencia Brown se preguntaba qué papel había jugado él en la vida de Cony pero no lograba ni siquiera pensar si realmente había jugado algún papel, más bien debió de ser poco más que irrelevante, un pobre loco que se enamora de alguien que no le ama, que le rechaza, que le ignora, que se olvida de él, o mejor decir que nunca realmente llegó a acordarse de él más. Para Brown fue dura esa cruel indiferencia, le hizo mucho daño, sobre todo porque provenía de la persona que él amaba, respetaba, admiraba, de la persona junto a la que le hubiera gustado pasar el resto de su vida.
Pero ahora todo eso había pasado, eso creía él al menos que vivía tranquilo retirado de la vida, eso creía hasta que un buen día Cony reapareció…
...Brown aún se excitaba al recordar cómo ella se ponía el traje de enfermera para hacer el amor cuando se quedaban solos en el despacho de Brown por las tardes, en el gran edificio de oficinas de la empresa, Wellness, el mayor emporio hotelero de Vancouver...

(continuará)

Brown desde Vancouver

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