viernes, 16 de diciembre de 2011

Yo nadaba en miel sin piel...


Madrid otra vez, atardece sobre Madrid, cielo gris de navidad, luces y más luces encendidas colgando del cielo de Madrid.
Madrid todo gris punteado de rosa, el gris del cielo sobre el gris del asfalto, el rosa de los árboles, el rosa de las fachadas, el rosa de las farolas.
Rosa y gris, la primavera navideña de Madrid, bajo un sol de bombillas.
Me enternece esta visión de Madrid, tan tenue, tan delicada, tan armoniosa, tan feliz.
Pese a la crisis, pese a las prisas, pese al desamor, a todo el desamor, Madrid luce con una calma alegre, con una quietud plena, con un juego de luces que resplandecen como un sol disperso, entrecortado, fugazmente permanente en nuestra retina.
Me gustan estos atardeceres de invierno en que Madrid parece como el cuarto de estar de una casa, todo intimidad de brasero, de mesa camilla con sus faldas, de costurero, y, cómo no, de chocolate con churros.
Olor a Madrid, a la sopa de los comedores por las mañanas, al aroma de las pastelerías por las tardes, al chocolate con churros de las madrugadas.
Todo grisura alegre, todo rosa triste, Madrid, bello en sus contradicciones, pleno en su hermosura de ciudad perdida entre la modernidad y la crisis, entre la crisis y la esperanza.
Me produce una emoción cercana al llanto ver a mi querido Madrid así, tan despojado de sí mismo, tan a flor de piel que resplandece de nada, de vacío, al aire su alma, expuesta al frío de la tarde, a la tenue llovizna de los sentimientos.
Cruzo la Plaza Mayor y veo un carrousel de caballitos parado, vacío, ilumidado, esperando que alguien se suba, sea niño o adulto, pero nadie sube y todo el mundo mira, esperando que comience a girar y a sonar su música, nadie parece darse cuenta de que si no se suben el carrousel no va a girar nunca.
Siguen parados esperando, inmóviles, atentos, por ver si comienza a girar.
Así es Madrid, así es mi ciudad.
Inocente y pura pese a todo aún.
Te quiero Madrid.

el paseante. 

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