jueves, 15 de diciembre de 2011

Cielo sobre Madrid.



No es sólo una cúpula celeste, es más, mucho más.
Es un infinito ilimitado de éter, camino hacia el sol, camino hacia las estrellas.
Es una piscina de agua pura e inversa, a la cual quieres saltar para zambullirte y mojarte, bañarte en su placentera agua de luz, pero es imposible saltar hacia arriba y entonces el cielo se cae sobre ti.
Es un brillo, un fulgor que refulge extraño pero familiar, cósmico y doméstico, cercano e inalcanzable.
Cielo de Madrid, ¿un invento mío?, patentaría este cielo las 24 horas del día, con todos sus cambios de luz, sus infinitas posibilidades, con sus cielos rasos, con sus nubes, su sol, su oscuridad, sus estrellas, con toda su aterciopelada iridiscencia.
Patentaría Madrid.
Patentaría su cielo.
Ese cielo como un arco tenso que te mira desde arriba acariciándote el alma con la tenue claridad de su dulce luz.
Querido Madrid, dame tu cielo y te daré mi amor.

el paseante

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