La era del veganismo: el fin de los placeres de la carne
Salud, sostenibilidad y respeto por los seres sintientes. Son tres
razones para reducir o abandonar el consumo de productos animales. Cada
vez más personas dan el paso, incluso al activismo. Y la industria sigue
sus huellas. Flexitarianos, vegetarianos y veganos se cuentan por
millones. Este es el retrato de los protagonistas de una revolución en
España, donde desciende el consumo de carne mientras aumenta el número
de granjas industriales.
EL RECIBIMIENTO en casa de Rocío Cano y Pablo Jurado resulta de lo
más cálido. No solo por la amabilidad de la pareja, que también, sino
por la alegría que transmiten sus tres perros, que agasajan a los recién
llegados en la puerta con caricias y golpes de hocico. Una vez en el
piso, los tres gatos que conviven con ellos, más contenidos, se deciden a
iniciar su particular ritual de toma de contacto. Los seis bichos,
rescatados y adoptados, son los únicos que entran en este apartamento
del centro de Madrid. Aquí no hay lugar para otros animales, a no ser
que se presenten vivos y coleando. Rocío y Pablo se declaran veganos,
igual que lo son sus hijas, Antía y Navia, de siete y cuatro años. Como
cada vez más niños, ellas nunca han probado la carne, los huevos o los
lácteos. “Hay falta de información y estigmatización”, asegura Cano, que
explica que se decantaron por buscar una pediatra veg-friendly
para sus pequeñas y que ahora las llevan al cole con sus propios
táperes. “Además, las críticas suelen ser contradictorias: nos dicen que
solo comemos lechuga y que comer vegano es caro. Pero ni es más caro ni
más complicado: se trata de practicar una cocina versátil, de hacer
algo más que cocido con unos garbanzos”.
A pesar de tratarse de una corriente reciente en España, la tendencia
a reducir el consumo de productos animales —cuando no abandonarlo— se
muestra como una realidad al alza. Se nota en tiendas y restaurantes, en
televisiones y revistas, en esas páginas de Instagram coloreadas de
platos a base de aguacate, chía o algún otro mal llamado
“superalimento”. De acuerdo con la consultora Lantern,
que encuestó a 2.000 personas telefónicamente, el 6,3% de la población
española se declaró en 2017 “flexitariana”: tres millones de personas
darían preferencia a una alimentación basada en plantas, aun sin
renunciar a los productos animales. Más al extremo, un 0,2% se declaró
vegano, es decir, evitan todo consumo que tenga origen o suponga
explotación animal (no solo carne y lácteos, sino también ropa,
cosméticos…); y un 1,3% dijo ser vegetariano (sí toman lácteos, huevos,
miel). Sumando todos los grados, un 7,8% de la población mayor de 18
años (más de 3,6 millones de personas) se encasilla en la categoría de
los veggies, los impulsores de un mercado que moverá 4.400
millones de euros en el mundo para 2020. ¿El perfil en España? Femenino
(dos tercios), urbano (el 51,2% vive en ciudades de más de 100.000
habitantes) y de todas las edades, en especial de 20 a 35 años.
La comunidad científica avala que llevar una dieta vegetariana o
vegana, siempre que sea equilibrada, resulta apropiado en todos los
periodos de la vida, incluidos el embarazo, la lactancia, la infancia,
la niñez y la adolescencia, así como para los atletas. Así lo certifica
la mayor agrupación de nutricionistas del mundo, la Academia de Nutrición y Dietética Americana.
Dentro del abanico de posibilidades y los estadios de renuncia a los
productos animales, existen tres razones fundamentales para dar el
salto: salud, medio ambiente y respeto por los seres sintientes.
Según el informe de Lantern, las proporciones se reparten en el 17%,
21% y 57%. El veganismo, especialmente ligado a la ideología del
animalismo, defiende que su esencia no se reduce a una dieta, sino que
representa un auténtico estilo de vida, una filosofía que abarca el
ámbito social y político. Normalmente, escorado a la izquierda y en
sintonía con movimientos por la justicia social como el feminismo o el
antibelicismo. Entre estos activistas hay quienes disfrutan tanto con la
comida basura que no dudan en calificarse como “gordiveganos”.
“Nosotros conocemos a más de uno que se alimenta así, a base de fritos”,
se ríe Cano. Para ese perfil proliferan los alimentos sin ingredientes
animales, pero tan procesados como otros que sí los contienen. Bollos,
platos precocinados o helados que se suman a los sustitutos de la carne
(desde el tofu a la carne producida in vitro) y a la oferta
basada en plantas de toda la vida: frutas, verduras y hortalizas,
cereales y semillas, legumbres, hongos, frutos secos, hierbas, algas…
La salud es lo primero. En 2015, la OMS levantó un enorme revuelo al publicar un informe
en el que señalaba que el consumo de carne roja y procesada está
relacionado con un mayor riesgo de cáncer y de muerte por enfermedades
del corazón y diabetes. A finales de 2017 las alarmas volvieron a sonar:
la Agencia Europea del Medicamento colocó a España en el primer puesto
del listado de países de la UE donde más antibióticos para el ganado se
venden (en 2018 bajó a la segunda posición). Cuanto mayor es el uso de
estos medicamentos, más aumentan las probabilidades de que se
desarrollen bacterias capaces de resistirlos. “Hay un montón de mitos
sobre la carne”, defiende Javier López, presidente de la asociación
interprofesional Provacuno.
“Un animal se trata con antibióticos solo cuando está enfermo. Y, en
los controles en el matadero, si a un productor le pillan con un residuo
antibiótico, tiene penas de inhabilitación, económica y de cárcel”,
señala. “En cualquier caso, nosotros lo que promovemos es la variedad en
la alimentación, nunca ir a los extremos”.
El mantra de la moderación casi siempre resulta irrefutable.
Diferentes nutricionistas consultados lo respaldan, aunque algunos, como
David Mariscal, de Clínica Mariscal,
prefieren recomendar una alimentación omnívora. “Las proteínas de
origen animal se digieren mejor y aportan aminoácidos”, señala. Salvador
Zamora, profesor emérito de la Universidad de Murcia, añade: “Resulta
más fácil mantener una dieta equilibrada con un poco de carne a la
semana, dos o tres raciones, aunque es cierto que ahora se come mucha
más que antes, y tomar demasiada proteína también es malo”. Según la
Academia de Nutrición y Dietética, no obstante, las opciones
vegetarianas y veganas pueden incluso “proporcionar beneficios para la
salud en la prevención y tratamiento de ciertas enfermedades”, como la
diabetes del tipo 2. El éxito de estas dietas se fundamenta (aquí está
la clave) en una planificación adecuada, diseñada sobre una pirámide
constituida por cereales, verduras y frutas, alimentos ricos en calcio,
legumbres y grasas saludables. Aun así, el veganismo conlleva una
carencia: la de la vitamina de origen bacteriano B12, que se encuentra
en la mayoría de alimentos de origen animal, pero que resulta fácilmente
accesible a través de suplementos como polvos solubles, comprimidos,
inyectables o alimentos enriquecidos. “Junto a la B9 o ácido fólico
[presente en vegetales], la B12 es una de las dos vitaminas necesarias
para la regeneración celular, y su falta puede producir anemia
megaloblástica, una afección grave”, explica Zamora. En todo caso, como
resume Aitor Sánchez, dietista-nutricionista en el Centro Aleris,
“seguir una alimentación vegana es perfectamente compatible con seguir
una dieta óptima: solo tenemos que observar que incorporamos todos los
nutrientes que necesita el ser humano a partir de alimentos de origen
vegetal”.
Más cerdos que personas. Hace años que en los 15
núcleos del municipio de Loporzano, a 10 kilómetros de Huesca, los
vecinos no pueden abrir las ventanas tanto como les gustaría. El viento
carga un olor repulsivo: por eso han instalado aparatos de aire
acondicionado y han dejado de tender la ropa fuera. “Te dan arcadas y
cefaleas”, describe Rosa Díez Tagarro, una vecina. La peste que respiran
los 500 habitantes de la zona se explica por un fenómeno de la
naturaleza que poco tiene de natural: proviene de las granjas
industriales que se han multiplicado en los últimos años. No solo aquí,
sino en buena parte del interior de la Península. Solo en la provincia
de Huesca hay 3,8 millones de cerdos, más que en Andalucía (2,6
millones). En el lustro 2012-2017, la cabaña porcina en Aragón creció a
un ritmo de 6.000 cabezas por semana.
Aun sin cifras oficiales, dada la opacidad de la Administración
local, Loporzano alberga dos granjas de porcino, una explotación de
40.000 gallinas ponedoras y otra de 50.000 pollos de engorde a la que se
ha otorgado el permiso de ampliación hasta 70.000. “Hay dos proyectos
paralizados con medidas cautelares de los que nos enteramos por el
Boletín Oficial de Aragón, porque estas explotaciones salen de la nada,
nunca se avisa. Y también se han concedido otras dos licencias
recientemente, aunque no están construidas”, abunda Díez Tagarro, que es
portavoz de la Coordinadora Estatal Stop Ganadería Industrial, que aporta los datos. En 2015, los vecinos de Loporzano decidieron asociarse en la plataforma Loporzano SIN Ganadería Industrial,
que impulsó el nacimiento de la Coordinadora en 2017, a la que se han
ido adhiriendo movimientos de las comunidades más afectadas: Aragón, las
dos Castillas, Andalucía, Murcia, Valencia, Galicia y Cataluña. Un
sector de la población rural se ha puesto en pie de guerra, y en ciertos
casos han conseguido detener alguno de estos proyectos de macrogranjas,
de las que denuncian en paralelo la destrucción de empleo que
comportan: debido a la automatización, apenas necesitan trabajadores.
Aprovechando la quietud de la España vacía, las macrogranjas se han
extendido a pesar de que el consumo de carne decae (en 2017 se
consumieron 47,6 kilos de carne per capita, un 5% menos que el año
anterior). “Pero está creciendo en lugares como China, por lo que mucho
se exporta”, aclara Luis Ferreirím, portavoz de Greenpeace España.
Los efectos de la expansión de la ganadería intensiva y la carne barata van más allá de los malos olores. La FAO calcula que el ganado, en especial el vacuno, es responsable del 14,5% del total de los gases de efecto invernadero, una cifra que incluye las emisiones directas (5%) e indirectas (como el transporte). De ahí que Greenpeace inste a reducir la ingesta de carne y lácteos en un 50% para 2050. “Su consumo desmesurado y su producción industrial son uno de los principales causantes del cambio climático, pérdida de biodiversidad, deforestación, contaminación y escasez del agua, de los principales cambios del uso de suelos y de la expansión de la agricultura, del maltrato animal y de un incremento de riesgos para nuestra salud”, señala la ONG en su informe de 2018 La insostenible huella de la carne en España. “Es imposible pensar en un mundo totalmente vegano o vegetariano”, reconoce Ferreirím. “Pero si se reduce el consumo de productos provenientes de la ganadería más destructiva, obtendríamos dos terceras partes de los beneficios totales que se darían si todos fuéramos veganos o vegetarianos”.
El mayor estudio realizado sobre las consecuencias de la ganadería (Reducir los impactos medioambientales de la comida a través de los productores y los consumidores), publicado en mayo en Science, reveló un dato alarmante: el 83% de la superficie cultivable global se destina a alimentar a los animales. Cuando son ellos los que alimentan a la gente, solo proporcionan el 18% de las necesidades calóricas y el 37% de proteína. Además, con 570 millones de granjas se acelera la pérdida de especies: el 86% de los mamíferos son hoy animales de granja o humanos. Eso por no hablar del gasto de recursos: dos tercios del agua dulce se destinan a la irrigación y, según la FAO, hacen falta 15.000 litros para producir un kilo de ternera. Otro informe publicado en enero en The Lancet indica que la dieta ideal para la salud y la sostenibilidad no debe incluir más de 30 kilocalorías diarias de carne que no sea de ave para una ingesta total de 2.500 kilocalorías.
Unos meses atrás se viralizó la noticia: en España hay más cerdos que
personas. No se trata de un juego de palabras; ni de una verdad sin
matices. Fuentes del Ministerio de Agricultura clarifican que el número
se refiere a los animales sacrificados en 2017: 49 millones frente a
46,6 millones de habitantes. El censo porcino, agregan, se situó ese año
en 30 millones de cabezas. De estos, 7,8 millones se criaron en
Cataluña (donde sí hay más cerdos que personas, ya que los humanos suman
7,4 millones). Tras años de explotación del porcino, el 41% de los
acuíferos de esta región están contaminados por purines (orines,
estiércol y otros residuos), con graves efectos para el abastecimiento
del agua potable. En Aragón sobrepasan esas cotas: salen a 7 cerdos por
habitante (hay 7,8 millones y 1,3 millones de personas). “Aparte nos
tocan pollos, gallinas, terneros, vacas, pavos…”, agrega Díez Tagarro,
que, aun viviendo en Loporzano, se atreve a dejar una puerta abierta:
“Ante esto, el consumidor tiene un superpoder”.
Tras el rastro del dinero. Haciendo uso de su supermirada, el consumidor podrá ver que el panorama de los lineales se está transformando. Un día, Mercadona empieza a vender bebidas vegetales y preparados de alto contenido proteínico como el seitán. Al mismo tiempo, en Aldi se avistan chuches y mayonesa sin animales. Enseguida, en Carrefour se despliegan marcas como Garden Gourmet, de Nestlé, o Campofrío, con sus loncheados vegetarianos.
Con las decisiones que toma, el consumidor adquiere efectivamente la
capacidad de promover el cambio. Fuera del supermercado, los veggies
también han ido modelando el paisaje. Ahora ir a una hamburguesería no
implica tomar carne. Y es posible organizar un cumpleaños o una boda
libre de productos animales. Con apps como Happy Cow,
los establecimientos aptos se encuentran a un golpe de clic. Cada vez
hay más: según Lantern, en España se pasó de 353 en 2011 a 703 en 2016.
Algunos tan exclusivos como el de Xavier Pellicer, en Barcelona, Mejor Restaurante de Verduras del Mundo en 2018. Otros tan cool como el flexitariano Flax & Kale,
igualmente en la capital catalana. Las estanterías de las librerías
físicas se ven surtidas de recetarios, no digamos las virtuales. Títulos
como Comer animales, de Jonathan Safran Foer, y documentales como Dominion,
que describen los horrores de la industria de la carne, se han
convertido en revulsivos. Proliferan los retiros que combinan los
beneficios del yoga con los de la alimentación a base de plantas.
Estrellas mundiales como Natalie Portman, Miley Cyrus o Lewis Hamilton
promueven el veganismo. En España lo hacen Clara Lago y Dani Rovira. Se
venden cosméticos, ropa, calzado. También de lujo, como los de Stella
McCartney. Se organizan ferias como VeggieWorld,
que tuvo lugar en octubre en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).
Allí se dieron cita 7.000 visitantes y decenas de expositores que
promocionaron sus quesos de anacardo, chorizos de calabaza y filetes sin
animales.
Pasar a la acción. Son las ocho de la mañana y 25
personas emprenden el camino al matadero de Getafe (Madrid). Hay chicas y
chicos jóvenes, algunos con estética alternativa. También trabajadores
de treinta y cuarenta y tantos. La mayor es una funcionaria de 58 años.
El heterogéneo grupo forma parte de The Save Movement,
iniciativa dedicada a visitar desolladeros. Cuando llegan los camiones,
piden a los conductores que paren antes de entrar para despedirse de
los animales y darles agua. Quieren mostrar compasión y, de paso,
difundir las imágenes que graban. Las miradas de los cerdos sobrecogen.
“¿Sabes que los tienen sin comer y apenas beber para que al
sacrificarlos tengan el estómago vacío?”, comenta una chica, mientras
otra revela lo “duro” que fue decidirse a colaborar en estas “vigilias”.
Días después, unos cuantos participantes de esta sombría excursión se reúnen en una plaza de Madrid. Van de negro y se cubren el rostro con máscaras porque ahora representan a otro movimiento, Anonymous for the Voiceless. Sujetan portátiles que proyectan escenas de sufrimiento animal. “La idea es decir: ‘No mires para otro lado”, apunta Ricardo. Muchos activistas van saltando de un grupo a otro, dependiendo de las actividades. Para el chalk challenge (reto con tiza) se reúnen bajo el paraguas del movimiento 269, un número que algunos se han marcado a fuego en el brazo y otros llevan colgado de la oreja con una etiqueta del ganado. Dibujan ovejas en las aceras y escriben consignas del tipo “no te comas a tus amigos”. Denuncian el “especismo”, la discriminación de ciertas especies animales. Preguntan: “¿Por qué amas a tu perro y te comes a un ternero?”.
La ideología del animalismo se remonta a los años setenta. Organizaciones como el PACMA trabajan por trasladarla al Parlamento. Otras como Igualdad Animal denuncian el maltrato y la explotación desde un enfoque abolicionista. Sostienen que todos los seres sintientes tienen derechos. En paralelo, acciones de calle como visitar mataderos suponen una iniciativa nueva y cada vez más activa. Un boom que coincide con el nacimiento de los santuarios, hogares para animales de granja rescatados, de los que han surgido una veintena en unos años.
Llegamos al final. La alerta que emitió la ONU en octubre de 2018 resulta de lo más inquietante: quedan 12 años para limitar los efectos del cambio climático. Para 2030, las consecuencias más devastadoras del calentamiento global —huracanes, inundaciones, migraciones masivas, hambrunas— se dejarán sentir con toda su fuerza. La solución, aseguran los expertos, pasa por tomar medidas “sin precedentes” para acotar el aumento de la temperatura a 1,5 grados. Una pasa por reducir el consumo de carne.
La buena nueva para los devotos del jamón es que la búsqueda de
alternativas para alimentar a los 10.000 millones de humanos que
poblarán la Tierra en 2050 ya está en marcha. La carne falsa
producida con plantas tiene una textura y sabor cada vez más reales. Y,
a partir de células madre de animales, se ha conseguido “cultivar” en
el laboratorio la llamada “carne limpia”.
Quizá, en el futuro los veganos no tendrán que abstenerse de los
placeres de la carne. Y con carne, aunque sea esta la primera mención,
nos referimos también al pescado: una industria que, por la vastedad de
sus cifras y la profundidad de su huella, merecería todo un capítulo
aparte.
Los efectos de la expansión de la ganadería intensiva y la carne barata van más allá de los malos olores. La FAO calcula que el ganado, en especial el vacuno, es responsable del 14,5% del total de los gases de efecto invernadero, una cifra que incluye las emisiones directas (5%) e indirectas (como el transporte). De ahí que Greenpeace inste a reducir la ingesta de carne y lácteos en un 50% para 2050. “Su consumo desmesurado y su producción industrial son uno de los principales causantes del cambio climático, pérdida de biodiversidad, deforestación, contaminación y escasez del agua, de los principales cambios del uso de suelos y de la expansión de la agricultura, del maltrato animal y de un incremento de riesgos para nuestra salud”, señala la ONG en su informe de 2018 La insostenible huella de la carne en España. “Es imposible pensar en un mundo totalmente vegano o vegetariano”, reconoce Ferreirím. “Pero si se reduce el consumo de productos provenientes de la ganadería más destructiva, obtendríamos dos terceras partes de los beneficios totales que se darían si todos fuéramos veganos o vegetarianos”.
El mayor estudio realizado sobre las consecuencias de la ganadería (Reducir los impactos medioambientales de la comida a través de los productores y los consumidores), publicado en mayo en Science, reveló un dato alarmante: el 83% de la superficie cultivable global se destina a alimentar a los animales. Cuando son ellos los que alimentan a la gente, solo proporcionan el 18% de las necesidades calóricas y el 37% de proteína. Además, con 570 millones de granjas se acelera la pérdida de especies: el 86% de los mamíferos son hoy animales de granja o humanos. Eso por no hablar del gasto de recursos: dos tercios del agua dulce se destinan a la irrigación y, según la FAO, hacen falta 15.000 litros para producir un kilo de ternera. Otro informe publicado en enero en The Lancet indica que la dieta ideal para la salud y la sostenibilidad no debe incluir más de 30 kilocalorías diarias de carne que no sea de ave para una ingesta total de 2.500 kilocalorías.
Tras el rastro del dinero. Haciendo uso de su supermirada, el consumidor podrá ver que el panorama de los lineales se está transformando. Un día, Mercadona empieza a vender bebidas vegetales y preparados de alto contenido proteínico como el seitán. Al mismo tiempo, en Aldi se avistan chuches y mayonesa sin animales. Enseguida, en Carrefour se despliegan marcas como Garden Gourmet, de Nestlé, o Campofrío, con sus loncheados vegetarianos.
Días después, unos cuantos participantes de esta sombría excursión se reúnen en una plaza de Madrid. Van de negro y se cubren el rostro con máscaras porque ahora representan a otro movimiento, Anonymous for the Voiceless. Sujetan portátiles que proyectan escenas de sufrimiento animal. “La idea es decir: ‘No mires para otro lado”, apunta Ricardo. Muchos activistas van saltando de un grupo a otro, dependiendo de las actividades. Para el chalk challenge (reto con tiza) se reúnen bajo el paraguas del movimiento 269, un número que algunos se han marcado a fuego en el brazo y otros llevan colgado de la oreja con una etiqueta del ganado. Dibujan ovejas en las aceras y escriben consignas del tipo “no te comas a tus amigos”. Denuncian el “especismo”, la discriminación de ciertas especies animales. Preguntan: “¿Por qué amas a tu perro y te comes a un ternero?”.
Llegamos al final. La alerta que emitió la ONU en octubre de 2018 resulta de lo más inquietante: quedan 12 años para limitar los efectos del cambio climático. Para 2030, las consecuencias más devastadoras del calentamiento global —huracanes, inundaciones, migraciones masivas, hambrunas— se dejarán sentir con toda su fuerza. La solución, aseguran los expertos, pasa por tomar medidas “sin precedentes” para acotar el aumento de la temperatura a 1,5 grados. Una pasa por reducir el consumo de carne.
Ufa!! Me avisan por correo que que mi cuenta de Google + dejará de estar disponible a partir del 2/4/19. Invocan que estas cuentas se usan poco y que por eso las cierran. Única consecuencia que me importa: la función se elimina de Blogger y se pierden todos los comentarios. Te extraño amigo y te extrañaré. Te quiero.
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