AEROPUERTO DE MADRID T4 30-07-2018
Partimos con
la esperanza de encontrar un espacio limpio y diferente, una tierra que
contraste con la original de uno mismo. El desplazamiento espacial y temporal
que supone un viaje, es una oportunidad para reflexionar sobre el cambio. Los
contrastes culturales proporcionan estímulos visuales, nuevos olores, sabores,
y en general nuevas percepciones, que abren la ventana de un mundo nuevo.
Uno vive en
su rutina, su micromundo y aferrado a una serie de valores y estimulaciones
culturales que proporcionan estabilidad, pero al mismo tiempo te hacen esclavo
de tu propio mundo. El viajero abierto, observa y procesa el nuevo mundo con la
permeabilidad perceptiva y la curiosidad del niño; Archiva la imagen, el
concepto, los valores, las ideas, y los pasa por el filtro comparativo de
su bagaje, al que nos aferramos, del que nos cuesta salir, y es más, nos da
pánico desprendernos de las ideas que llevamos en la mochila.
Pero lo más
importante no es el cambio, sino como he dicho en otras ocasiones “La gestión
del mismo”: Si eliminamos estructuras, ideas, conceptos, debemos sustituirlos
y/o complementar a los que ya tenemos. En un primer momento puede resultar
incómodo. De algún modo estamos ante un proceso de duelo, en el que
nuestro pensamiento primitivo muere, se matiza, o se complementa dando paso a
una nueva etapa en nuestro mundo interior, que se refleja como es lógico en
nuestra conducta y en nuestro mundo exterior.
El viajero,
necesita estar abierto, sin prejuicios ni etnocentrismos culturales, sin dogmas
de ningún tipo. Por eso existe una fase previa para conseguir lo anterior en la
que se ha de domesticar al “Ego”. El ego tiende a tomar las riendas de tu
pensamiento, incorporando el concepto de que lo que piensas no puede ser mejor
que lo que percibes. Es el ego el primer elemento que frena el cambio. Es el
ego el que otorga al viajero un sentimiento de superioridad, de supremacía de
mi grupo sobre los demás. El ego nunca piensa que se puede aprender de los
demás, el ego piensa que ya lo sabe todo, o al menos lo que necesita saber.
La domesticación
del ego, implica tomar el rumbo de tu interior, a través del ser esencial que
llevas dentro, eliminando la neblina y las tormentas afectivas que ocultan la
esencia del ser humano.
¿Qué esperas
de este viaje?, me pregunto: “Pasarlo bien, ver cosas bonitas, conocer otras
culturas, otras gentes, descansar, y romper con la rutina diaria”.
Estamos en
la pista de despegue, el avión progresa hasta la pista, una intensa luz
brillante penetra por mi ventanilla, irritando las conjuntivas de los ojos
inyectados en sangre debido al cansancio del madrugón. Estamos a punto de
despegar, el cronómetro ya está en marcha; un sonido rápido e intenso
procedente del motor me indica que estamos a punto del despegue. Ya estamos
arriba; surcamos el aire soleado de Madrid. Dejamos atrás nuestra cultura,
nuestro idioma, a nuestros ancestros, y vamos camino de tierras Vikingas, en
busca en forma salvaje de otro tipo de reminiscencias, nuevas, soñadas,
anheladas, o vividas en alguna otra vida, o en alguno de tus propios
sueños premonitorios.
En este
viaje pido que os desprendáis de los prejuicios, vuestras ideas, en la medida
de lo posible, de vuestros valores más dogmáticos, pero sobre todo bloquear lo
más posible la incursión del ego.
Ser viajeros
abiertos, libres, limpios, vacíos de condicionantes que hacen que el
aprendizaje y la experiencia vivida sea refractaria, debido a una barrera
protectora capitaneada por el ego.
Nos
dirigimos a Copenhage, capital de Dinamarca a iniciar nuestra primera etapa del
viaje.
Bob Curtis
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