El señor de los 100 gatos se muda hoy a un piso y solo puede llevarse a uno
Comienza el derribo de El Gallinero, el poblado
chabolista más miserable de Madrid. Los vecinos, como Vasile Antonescu, serán
realojados
EL PAÍS
Madrid 25 SEP
2018 - 00:00 CEST
Vasile
Antonescu observa a varios de sus gatos frente a su chabola en el Gallinero en
Madrid. ANDREA COMAS
Vasile
Antonescu ha vivido todos estos años cercado por la pobreza pero él, asentado
en lo alto de una pequeña colina desde la que se ve el resto de chabolas de El Gallinero, el reducto más miserable de Madrid,
se ha sentido un faraón rodeado de una corte felina.
Vasile, de
59 años, cuida de una jauría de gatos que lo persigue como al flautista de
Hamelin. Una ONG calcula que son más de 100 animales a su cargo. Este martes,
el día en el que echarán abajo su precaria vivienda de madera y chapa, tendrá
que elegir a uno de ellos. El único que le acompañe a su nueva vida.
El
Ayuntamiento empezará este martes a derribar el poblado chabolista
que se encuentra casi pegado al vertedero de Valdemingómez, a un lado de la A-3.
En él han vivido durante dos décadas clanes rumanos de etnia gitana en
condiciones deplorables. La de Vasile será una de las 25 familias a las que se
les buscará acomodo en distintos puntos secretos de la ciudad. Las autoridades
no quieren desvelar los barrios donde empezarán de cero para que los vecinos no
los reciban con prejuicios.
En el umbral
de la chabola, dividida en dos estancias, un dormitorio y un espacio un poco
más amplio que hace las veces de cocina, Vasile les explica a su hermana
Florica y a su sobrino David las pautas que les han proporcionado los
trabajadores sociales. Les han pedido que no hagan excesivo ruido, no recojan
trastos de la basura y mantengan recogida la casa.
Y que no la
llenen de gatos. La condición es que elijan a uno. La decisión le pone un nudo
en la garganta. “Parece que va a ser este”, se decide Vasile por fin, mientras
sostiene en una mano a una cría blanca con manchas marrones. ¿Y qué pasará con
el resto? Él ha intentado distribuirlos entre conocidos que sabe que cuidarán
bien de ellos, pero no es nada fácil. También se le pasó por la cabeza meterlos
en una caja y ofrecerlos a los viandantes en alguna plaza concurrida de Madrid,
pero sospecha que incumpliría con alguna ordenanza municipal.
Lo más
probable, según explican fuentes municipales, es que los esterilicen y los suelten
en el campo. Ese futuro tan incierto y un tanto salvaje no deja dormir a
Vasile, que todos estos años, desde que levantó su chabola en 2010, se ha
ocupado de su manutención. Cada dos días se acercaba a Rivas-Vaciamadrid a
comprar leche y pollo para darles de comer con el dinero que había sacado mendigando. Cada vez en más cantidad, a medida
que más gatos rodeaban la casa y hasta dormían en el tejado.
Le preocupa
también que los gatos puedan quedarse a merced de los granujas del poblado que
se han divertido a costa de maltratarlos. Les han cortado orejas con navajazos,
les han echado agua hirviendo, les han arrancado el rabo... Vasile se marchará
en la primera de las tres jornadas que durará el realojo. Para el viernes,
después de que la piqueta haya derribado todas las chabolas y
los servicios de limpieza hayan despejado el solar, El Gallinero será historia.
Una vergüenza para la ciudad
Vasile,
albañil que cerca de los 60 tiene cada vez más difícil ser contratado en una
obra, encuentra terapéutica su relación con los gatos. Dice que le ayudaron a
salir del pozo en el que se sumió a raíz de la muerte de su madre. No supo que
había fallecido hasta que regresó en 2006 a Drobeta-Turnu Severin, una ciudad
del este de Rumanía, fronteriza con Serbia. No la encontró por ningún lado,
pese a que la buscó con ahínco. La familia le había ocultado la noticia.
Aquello,
añade, le hizo caer en un estado de depresión del que le costó salir. Al volver
aquí, dormía todo el día, comía de forma errática, no tomaba la medicación que
le habían prescrito. Asegura que encontró serenidad y consuelo en la primera
gata que se le acercó un día en el poblado, por casualidad. No le puso nombre,
ni falta que le hizo para quererla. De esa gata descienden cinco generaciones
que, como las chabolas, tienen los días contados en el lugar.
El
Gallinero, el rincón más deplorable que existía en la ciudad tras los
desmantelamientos de poblados de la heroína como Las Barranquillas, es un imán
para la fatalidad. Y de ella tampoco se libra la familia de Vasile. La hermana
sufre una enfermedad incapacitante y el sobrino, de 27 años, una discapacidad
psíquica y una obesidad que dificultan mucho que encuentre trabajo.
La
oportunidad de vivir en un piso, tras el acuerdo que alcanzaron el Ayuntamiento
y la Comunidad (el primero que han alcanzado sin tensiones dos formaciones tan
opuestas como el Partido Popular y Ahora Madrid) para acabar con este reducto
que el presidente Ángel Garrido y la alcaldesa Manuela Carmena veían como una
mancha negra para la ciudad, como una “vergüenza”, abre para ellos, sin
embargo, nuevas expectativas. Vasile dice que los trabajadores sociales les
tramitarán la renta de inserción mínima y, al no vivir en un lugar tan
estigmatizado, puede que tengan más posibilidades de encontrar empleo. El paso
de una existencia subterránea y marginal a una más convencional. Ese umbral lo
cruzará este martes con un solo gato entre los brazos.
Parece "La decisión de Sofía". Cómo van a obligar a una persona a elegir entre 100 amores.
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