Desde niño fui consciente de la relación entre la ropa y yo,
la ropa que yo usaba y la que usaban los demás, con el tiempo me fui dando
cuenta de que la ropa era un canal de comunicación, primero conmigo mismo, y
luego con los demás, y además un canal claramente bidireccional, de ida y
vuelta, todo empezó con el roce de la ropa en mi piel, supongo que todavía era
un bebé, algunas telas raspaban, otras no, la ropa era un tacto y por tanto una
fuente posible de bienestar y placer, sobre mi piel en ocasiones tenía un
efecto balsámico, otras veces excitante, esas son mis primeras sensaciones,
después viene la ropa que usaba de niño, dentro de ella hay ciertos hitos, me
gustaba especialmente la que heredaba de mis primos mayores, yo usándola me
sentía también mayor, mis primos tenían una costurera que les hacía todo a
medida y de unas telas, creedme, que yo no he vuelto a tener ocasión de tocar,
de sentir sobre mi piel, cada tela tenía un nombre, cada color también, ahí fue
fraguándose mi pasión por la vestimenta, cada ocasión tenía una forma de
vestir, aún recuerdo un pijama de algodón egipcio color granate de bermudas heredado de mis primos
y unos bóxers de una tela como de seda semitransparente que enseguida pasaron a
estarme muy ceñidos, qué placer, aún sin saber bien lo que era el placer, sentirlos
apretados contra mi piel era erótico, los niños también tienen su erotismo
particular por qué no decirlo, yo lo tenía, la ropa para mí tenía una erótica,
más tarde, en mi primera adolescencia, me dejaba aún comprar la ropa por mi
madre que siempre ha tenido un gusto exquisito, y fue ahí donde empecé a formar
un cierto gusto estético, ella me corregía cuando algo no combinaba o me
aconsejaba sobre qué llevar en cada ocasión, yo debía ser al principio un poco
desastre en cuestiones de vestimenta, pronto llegaron los duros años de la
segunda adolescencia y su indefinición entre el niño y el hombre, en aquel
momento opté quedarme para siempre con el niño y olvidarme del hombre, creo que
eso se ha mantenido hasta hoy en que ya casi viejo aún visto casi como un niño,
al menos de una forma un tanto juvenil, mezclando y atreviéndome con aquello con
lo que me veo favorecido, es curioso que si bien las tallas no me sirven los
diseños de la ropa infantil me gustan mucho más siempre.
Puedo decir también que mis grandes crisis existenciales han
sido épocas de grandes crisis estéticas, acababa vistiendo siempre igual y
siempre de una manera muy taciturna cuando tenía problemas, por el contrario si
me encontraba bien mi guardarropa reverdecía y florecía como si de un jardín en
primavera se tratara, mis padres siempre han sido mis jueces, severos en
ocasiones, mis padres gozan de una elegancia innata que yo no he heredado,
quiero ser realista, lo mío es más bien una afición de diletante, veo fotos de
mis padres en cualquier época o les veo ahora y me quito el sombrero, alguna
chispa me llegó a mí pero nada que ver, no estoy a su altura ni de lejos.
En ellos me inspiro y les oigo como una voz en mi conciencia
recomendarme qué debo ponerme y qué no y cómo combinarlo siempre que estoy
frente al espejo, con frecuencia me puede la pereza y me pongo cualquier cosa
que me haga sentirme cómodo pero luego me acuerdo de la frase de Coco Chanel,
viste bien y verán a la mujer, viste mal y verán el vestido, me entra el pánico
y comienzo a hurgar en el armario hasta que en ocasiones doy con la clave, con
la combinación exacta, con la fórmula mágica que hará que vean al hombre y no
al vestido, aunque esto no siempre sucede.
El paseante
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