El gran Don Ramón del Valle-Inclán se definió a través de su personaje de Luces de Bohemia Max Estrella como "feo, católico y sentimental", extrapolando otro Ramón, en este caso yo, me defino como "analógico, ilógico y temperamental"...
Es curioso cómo nos vemos a nosotros mismos y cómo nos ven los demás, si es que los demás nos ven, mejor sería decir cómo nos ven los demás cuando nos ven porque generalmente la gente no te ve ya demasiado, con los años uno se va convirtiendo en invisible si es que alguna vez fue visible, pero más visible seguramente sí, la edad le va poniendo a uno una pátina de cachivache inservible, de antigüedad, como esos relojes de las almonedas que no funcionan desde hace lustros, de ahí el apelativo de analógico que me aplico, me siento como esos relojes que no hacen más que acumular polvo y nos recuerdan un tiempo pasado pero que nunca marcan la hora, para marcar la hora se compra uno un reloj digital, no vale la pena poner en funcionamiento una maquinaria que al cabo de poco volverá a dejar de funcionar, lo digital se desecha, lo analógico hay que repararlo, rehabilitarlo, recuperarlo, pero la vida va muy rápida, por otros derroteros.
En cuanto a ser ilógico es otro asunto, ilógico por maniático, poco práctico, anclado en sus usos y costumbres, en sus cosas, sus recuerdos, en el pasado, uno intenta seguir comportándose como aprendió, como le enseñaron, como sabe, uno está apegado a todo lo que uno ha ido siendo a lo largo de su vida, pero el mundo cambia, evoluciona, las necesidades son otras, y a uno le cuesta asimilarlo y queda preso de sus manías, se refugia en ellas, va reafirmando su identidad a base de manías, de ahí lo ilógico que puede parecer uno visto desde fuera.
En cuanto a lo temperamental me refiero a que con el paso del tiempo se acaba siendo preso no tanto de las emociones sino del propio temperamento que se ha ido acrisolando a lo largo de la vida, uno fue más emotivo, luego pretendió ser más racional, finalmente uno se recuesta en su temperamento y para bien o para mal siempre encuentra ahí la respuesta, y es que uno con la edad se va volviendo perezoso, sabe que dejarse llevar por las emociones le mete a uno en líos de los que luego cuesta esfuerzo salir, y que analizar todo racionalmente es agotador, entontes para ir tirando se apoya en la muletilla del temperamento y más o menos se consigue un tertium genus aceptable, una medianía más descansada porque está a medio camino de todo, y, sobre todo, muy a mano de uno mismo.
el paseante
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