Bueno, continúo, ingresé en la Comunidad de Madrid en diciembre
de 1986, sólo estuve un año en el Estado, al aprobar la oposición de la
Comunidad de Madrid me tuve que incorporar a esa Administración, me fui con
pena y alegría a la vez, pena porque estaba muy contento en mi trabajo y
alegría porque subía de estatus e iba a ganar más dinero, pero creo que el
miedo al cambio hizo que sintiera más pena que alegría, me había apegado al
anterior trabajo.
La Comunidad de Madrid por aquel entonces era poco más que
una Diputación Provincial, tenía pretensiones de Comunidad Autónoma pero todo
se quedaba en eso, en pretensiones, nada que ver con la Administración del Estado,
esa impresión me dio.
A partir del año 95 la Comunidad de Madrid dio un vuelco
total, se modernizó, asumió su techo competencial máximo, se convirtió en un
pequeño miniestado, gestionaba la sanidad, los servicios sociales, la
educación, la administración de justicia, acometió el desarrollo y mejora de
las infraestructuras, con este estado de cosas se hacía necesario contar con
unos servicios públicos de calidad y competitivos, se creó la Dirección General
de Calidad de los Servicios en la cual trabajé durante 10 años desarrollando
proyectos de mejora en los que participaban unidades de todas las áreas de
actividad, en esos 10 años me relacioné con profesores, maestros, médicos,
enfermeras, personal de servicios sociales, personal de atención al ciudadano, con
otras Administraciones, participé junto a ellos en los proyectos de mejora que
ponían en marcha, les di clases sobre mejora de la calidad, hice equipo con
ellos, y de ellos aprendí lo que es realmente la Administración, los servicios
esenciales que presta a la sociedad, y lo que es el componente vocacional del
servicio público, quedé impresionado de la labor que contra viento y marea
realizaban día a día mis compañeros, me sentí emocionado y orgulloso de ser
empleado público. Había descubierto lo que de verdad es ser funcionario, lejos
del tópico.
No obstante a los 10 años decidí marcharme, dejé de ser Jefe
de Área de Calidad de los Servicios, aquel puesto me había fagocitado, era como
esos actores antiguos que recitaban el Tenorio y ya no sabían quién eran, me
marché con pena pero había cubierto una etapa, había puesto en marcha proyectos
desde cero, había sentido la ilusión de montar algo desde la nada y de obtener
unos resultados que quedaban ahí como semilla de futuro y, sobre todo, de haber
obtenido esos resultados fruto de la cooperación y del enriquecimiento mutuo.
Recuerdo el día que me despedí de mi pequeño despacho en el
edificio de Gran Vía 18, me asomé a la ventana, miré el tráfico de la Gran Vía,
miré enfrente y ví la fachada neoclásica del Casino Militar, me sentí triste,
pensaba que nunca volvería a tener un trabajo tan bonito y satisfactorio como
aquél…
(continuará)
El paseante
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